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Pero, á nuestros modernos incréctl1•
los toda esta luz de divinidad los espanta.
Creer como
crist~anos
católicos, vivir
como cristianos católicos, arrepentirse
como cristianos católicos bajo pena del
infierno en la vida futura, repugna á
sus
ideales
más agradables de la vida
presente.
Para ellos es más cómodo descreer
que creeT. Cierran pues los ojos á la luz
para'poder decir que no la ven.
Nolunt
'tntelligere;
rehusan entender para po–
der decir que á la fe en lo sobcenatnral,.
á
Dios, á Cristo, á la Iglesia-, á la Virgen,
prefieren la ciencia de lo natural
ininte"'
ligible.
Son de aquellos infelices de los que .se
dice en el Evangelio que
ni
á
las
rm.ter–
tos creerían si 1"esucitasen;
por9-ue no
quieren creer sino lo que agrada a su ca–
pricho
y
mejor acaricia sus pasiones.
Anteponen lo absurdo de la ciencia á la
verdad divina de la fe, porque en lo ab–
surdo de la ciencia pueden ocultar la
verdad de sus ignominias.
Aún para elloR la blanca Virgen de
los Pirineos sería hermosa
y
admirable
si no fuese demasiado pura
y
sublime.
Por eso la alaban poéticamente bel'la en
el cielo, pero la mJfan prácticamente
bienhechora en la tierra.
Según nuestro modo de ver, es ésta la
razón de tanta incredulidad al frente