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(4)

Ha

apostólica, no pudimos ménos de hojearla,

y

muy luego,

aunque con la mayor amargura de Nuestro corazon, vimos

que ese libro renovaba muchos errores del sínodo de Pistoya,

eondenados ya por la Bula dogmática de nuestro predecesor

Fio VI de grata memoria, y que por dó quiera estaba sembra.

do de malas doctrinas y proposiciones repetidamente conde–

nadas.

En efecto, el autor, aunque católico y, segun se dice,

consagrado al divino ministerio, para seguir con mas seguri.

dad é impunemente el indiferentismo y racionalismo de que

se manifiesta inficionado, niega que en la Iglesia haya potes–

tad de definir dogmáticamente, y que la Religion

dc.la

Igle–

sia católica 11ea la única Religion verdadera: y enseña que

cada cual es libre en abrazar y _profesar aquella Religion

que guiado·de la luz de la razon juzgue verdadera; combate

impudentemente la ley del celibato, y á imitaeion de los no.

vadores, prefiere el es lado c<myugal al de virjinidad; sostiene

que la potestad de establecer impedimentos dirimentes del

Matrimonio, dada á la Iglesia por su divino Fundador, emana

de los príncipes, y afirma que impíamente se la ha arrogado

]a Iglesia de Cristo; asegura que la inmunidad de la Iglesitl

y

de las personas, establecida por o.-clenacion de Dios y por

]as sanciones canónicas, trae su oríjen del derecho civil,

y

no se ruboriza en decir, que se debe tener mas estimac.ion

y

respeto para con la casa de un embajador de cualquier na.

cion, que para con el templo del Dios vivo; al gobierno

]aira! atribuye el derecho de deponer del ejercicio del

ministerio pastoral á los obispos, puestos por el Espíritu Snn.

to para rejir y gobernar la Iglesia de Dios; se esfuerza en

persuadir

á

los que llevan el timon de la gobernacion del Es–

tado, á que no obedezcan

11!

Romano Pontífice en lo relativo al

epi8copado y

á

lainstitucion de los obispos;

á

los reyes y demas

príncipes, que por el bautismo se han hecho miembros de la

Jgle. ia, los sustrae 1ie la jurisdiccion de

e~ta

misma Iglesia,

cuaL,si fueran reyes paganos, como si los príncipes cristianos

no fueran hijos y súbditos de la Iglesia en las cosas espiritua.

les y eclesiásticas; aun mas, haeienclo una monstruosa mez–

cla de lo celestial con lo terreno, de lo sagrado con lo pro–

fano, de lo sumo con lo ínfimo, no tiene empacho en enseñar

que, para dirimir las cue$\iones de juris'iiccion, l<l potestacl

terrena es superior

á

la Io-lesia, que es la columna y firma·

mento de la verdad:

fi nal~e nte,

y pasando por aito otros mu.

chos errores, lleva hasta tal punto su audacia

é

impiedad

que con la mayor desfachatez se empeña en sostener, que loa