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trono de luz, disipa, al fin, las negras
y
espesas nubes,
que interceptan sus rayos.
A los furores del odio, que, desde sus cobardes embos–
cadas, nos arroja dardos. envenenados por el desprecio ,
la
injuria y la calumnia, debemos responder con los
nobles
y
generosos afectns de la caridad, que olvida
y
perdona; y triunfa del mal, haciendo
el
bi<'n
(1)
A los aullidos de la blasfemia. que
contrist<~
al cielo y
estremece de alegría al infierno, opongamos los himnos
rle la alabanza, el fervor de la adoración
y
las espléndi–
das pompas del culto público.
Todo esto ha hecho el Congr<'so Católico.
Ha proclamado la doctrina_de la Igl esia, sin rlisminuir–
la, ni disimularla; sin cubrirla con vestiduras ajenas, para
darle entrada en la sociedad moderna; ni hacer al libe–
ralismo las cobardes concesiones del interés ó del miedo.
La ha afirmado como es: pura, íntegra
y
en la única,
encantadora forma de su propia luz.
Ha abarcado, además, en su admirable conjunto, todas
las obras que inspira y sostiene la caridad. Encender el
faro luminoso de la civilización cristiana, en las regiones
orientales del Perú; dar
á
los pt-queñuelos el pan de la
sana doctrina, que los disponga á comer, con fruto, el
pan de la vida ( 2); socorrer las necesidades del pobre,
en su lastimosa
y
horrible variedad: hé aquí el hermoso
programa, en gran parte realizado ya.
Ha sostenido, por último. con hidalga
y
noble ener–
gía, la necesidad de que el Estado profese la verdadera
Religión,áfin dequeel culto, que se debeá D ios,sea pú–
blico, grandioso
y
solemne, con toda la majestad que le
imprime el homenaje de la
ación y de los poderes cons–
tituidos. Como consecuencia de esta tésis fundam en tal,
ha defendido
y
encomiado todas las prácticas religiosas,
que la Iglesia
aprueba, anhelando que se realicen, con
la gravedad
y
compostura que su prop1a naturaleza re–
quiere.
Pero estos benéficos frutos no pueden
alcanzar su
apetecida madurez y perpetua renovación, sin las obras
de propaganda, las cuales son principalmente: dar uni-
(1} Epístola de San Pablo
á
los romanos, cap. XII , v. 21.
(2)
Evangelio de
an Juan, cap. YI, v. 85 .