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JUEVES
SEGUNDO
des paganas. Esto es lo que irritó tanto el enojo
de
Dios
contra éllos. Esto dice el Señor, exclama el Profeta: Mal–
dito el hombre que pone su confianza en 'el-hombre:
Ma–
ledictus horno, qui confidit_·in homine.
Esas medidas tan
bien tornadas, esos tesoros tan bien puestos, esos apoyos
buscados
y
conservados con tantos artificios, son funda–
mentos sobre arena. En vano, dice el
Profa.ta,tomais
unas precauciones que la prudencia de
b
carne os
sugie~
re;
á
quien debeis únicamente re.currir es
á
Dios, en su
socorro debeis únicamente poner vuestra cqnfianza;
mu~
dad
de conducta, apla·cad su enojo,
Y' ºº
temais á vues–
tros enemigos. El hombre que poue -su confianza en un
brazo de carne,
y
que aparta de Dios su cor-azon, será
semej ante al tamariz del desierto, se verá abandonado
y
solo, se secará como un arbu sto plantad;o en un terreno
salitroso
é
inhabitable. El tamariz sil vestte·, de
qu~
,habla
aquí
Jeremías, tiene siempre un verde ' pálido;
y
por mas
«:JUe llueva, siempre está seco: árbol int'.nil, fruto que para
nada es bueno : tal es la prudencia de la carne, y tales son
fos
frutos de la sola industria humana. Mucha sal en esas
ebras de ingenio, en esas medidas tomadqs c0n tanto
arte~ ·
en
esas precauciones, en esas protecciones buscadas con
tanto estudio,
y
conservadas con tanto afan: tamariz
·sil–
vestre es todo esto, ar usto seco, leño inútil, tierra lle11a
de
nit ro,
de
una eterna esterilidad.
Al
contrario, ¡qué
di~
choso el que pone en Dios toda su confianza!
Benedictus–
vir, qui
co11fidit in Domino.
Es semejante á un árbol fr.uctí–
féro plantado eµ un terreno excelente , y regado continua–
mente con agua de pie, que
no
teme ni
á
la sequedad',
ni
á
la: escarcha; cuyas h©jas· no pierden jamás el ver–
dor
de la primavera, euyos frutos son de un sabor ex–
qwisito·:
Pravum
est cot· omniwn.
Pocos corazones hay que
no estén
corrompidos~
aur.ique el disimulo oculte
su
co–
r rupcion ;
pero
yo,
dice Dios, soy un Señor que sonda
los corazones,
que·
desenvuelve todos sus pliegues,
y
<']_Ue
revela todos sus
mister ios.
No me dexÓ deslumbrar por
esas apa r iencias
y
exteriorid ades
er
gañosas:
conozco
to–
das las vueltas , tod0s lo ar ti fic ios
y
toclas las cábalas
de la polí tica mas· refinada; y así ne recompensaré sino
la verdadera
virtud,
el verdadero
mérito; por mas que
las obras sean las mas plausibles
€fl
sí mismas,
yo
no