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NOVIEMBRE. DIA XI.

157

1acio; pero Martin entró hasta el mismo quarto del empe–

rador , pasando por medio de los guardias sin que ninguno

lo advi rtiese. Enfadado

el

emperador, volvió la ca ra

a

otro

lado sin corresponder

a

su salutacion; mas al mismo pun–

to se vió de repente cercado de fuego en la silla en que

estaba sentado, y asombrado del prodigio, se levantó ace–

leradamente, corrió

a

abrazar al santo obispo., y le tra·

con tanto -r espeto como des pre io le había manifesta–

do. Máximo, usurpador del imperio, tambien le trató siem–

pre con grande a fabilidad. Convidóle

a

su mesa, hizóle

s ntar j unto a sí ,

y

quando le presentáron la copa ·para

beber, mandó que se la alargasen primero al santo obis–

po, no dudando que despues que él hubiese bebido la al ar–

garia inmedia tamente al emperador; pero Martin, des–

pues que bebió él, la presentó al diácono que le acompa–

ñaba, pareciéndole que no ha bía en

la

mesa sugeto de ma–

yor dignidad que ila suya. Admiró el emperador esta

religiosa accion,

y

por mucho tiempo no se habló en la,

corte de otra cosa que de la noble libertad del si ervo de

Dios. Tambien

la

emperatriz quiso darle u na comida sa–

zonada por sus propias manos ,

y

servirle ell a misma

a

la

mesa. Espectáculo verdaderamente asomb roso ver

a

un

obispo pobre, extrangero y mal vestido , servido por

una

grande emperatriz!

O

qué poderosa es Ja santidad!

Hablando Severo Sulpicio de este gran Santo, dice que

no conoció otro que con mas p rontitud , precision

y

cl ari–

dad respondiese a los lugares mas dificultosos de la sagra–

da Escritura ; pues aunque la sabidur ía e ra la menor de

todas . Jas prendas que adornaban al siervo de Dios, cómo

no babia de tener un entendimiento muy iluminado el que

continuamente estaba bebiendo los rayos del sol de j usticia,

-siempre en oracion, si empre ea p resencia

de

Dios velando .

dia

y

noche

a

las puer tas de la divina sabiduría,

y

no con–

cediendo

a

la natu raleza sino lo preciso para

que

no se

creyese que era

ya

bienaventurado ? E ra hombre por una

parte- de suprema rectitud,

y

por otra

de

incomparable

bondad.

A

ninguno juzgaba,

a

ninguno condenaba , nunca

vol vía ma l por mal,

y

sufr ía los at revimientos del ·menor

clérigo de su obispado como si no fuera superior, cabeza

y

príncipe de todos ellos. Nunca le viéron cólerico, nunca tris–

te , nunca entregado

a

una vana

o

inmoderada alegría,

~ino

s1em-