NOVIEMBRE. DIA XI.
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1acio; pero Martin entró hasta el mismo quarto del empe–
rador , pasando por medio de los guardias sin que ninguno
lo advi rtiese. Enfadado
el
emperador, volvió la ca ra
a
otro
lado sin corresponder
a
su salutacion; mas al mismo pun–
to se vió de repente cercado de fuego en la silla en que
estaba sentado, y asombrado del prodigio, se levantó ace–
leradamente, corrió
a
abrazar al santo obispo., y le tra·
tó
con tanto -r espeto como des pre io le había manifesta–
do. Máximo, usurpador del imperio, tambien le trató siem–
pre con grande a fabilidad. Convidóle
a
su mesa, hizóle
s ntar j unto a sí ,
y
quando le presentáron la copa ·para
beber, mandó que se la alargasen primero al santo obis–
po, no dudando que despues que él hubiese bebido la al ar–
garia inmedia tamente al emperador; pero Martin, des–
pues que bebió él, la presentó al diácono que le acompa–
ñaba, pareciéndole que no ha bía en
la
mesa sugeto de ma–
yor dignidad que ila suya. Admiró el emperador esta
religiosa accion,
y
por mucho tiempo no se habló en la,
corte de otra cosa que de la noble libertad del si ervo de
Dios. Tambien
la
emperatriz quiso darle u na comida sa–
zonada por sus propias manos ,
y
servirle ell a misma
a
la
mesa. Espectáculo verdaderamente asomb roso ver
a
un
obispo pobre, extrangero y mal vestido , servido por
una
grande emperatriz!
O
qué poderosa es Ja santidad!
Hablando Severo Sulpicio de este gran Santo, dice que
no conoció otro que con mas p rontitud , precision
y
cl ari–
dad respondiese a los lugares mas dificultosos de la sagra–
da Escritura ; pues aunque la sabidur ía e ra la menor de
todas . Jas prendas que adornaban al siervo de Dios, cómo
no babia de tener un entendimiento muy iluminado el que
continuamente estaba bebiendo los rayos del sol de j usticia,
-siempre en oracion, si empre ea p resencia
de
Dios velando .
dia
y
noche
a
las puer tas de la divina sabiduría,
y
no con–
cediendo
a
la natu raleza sino lo preciso para
que
no se
creyese que era
ya
bienaventurado ? E ra hombre por una
parte- de suprema rectitud,
y
por otra
de
incomparable
bondad.
A
ninguno juzgaba,
a
ninguno condenaba , nunca
vol vía ma l por mal,
y
sufr ía los at revimientos del ·menor
clérigo de su obispado como si no fuera superior, cabeza
y
príncipe de todos ellos. Nunca le viéron cólerico, nunca tris–
te , nunca entregado
a
una vana
o
inmoderada alegría,
~ino
s1em-