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5O

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A

B R

1

L.

·novaba n1uchas veces al dia sus propósitos , hacia otros

de nuevo, 1nortificábase mas,

y

mas , doblando las peni..

tencias. ' Despues de Dios colocaba toda su confianza e11

su dulcísima Madre, á quien profesaba una devocion ter–

nísima , y esta Señora la alcanzó de su Hijo nuevos ,

y

tnuy eficaces auxilios. Combatió , peleó, triunfó : disipá–

ronse las nieblas , cahnó la tormenta , serenóse el Cielo,

y

victoriosa nuestra Santa de todo el Infierno, por la gra–

cia del Redentor , gozó tranquilamente de los dulces fru–

tos de su fid elidad.

Esparcióse por todas partes la fan1a de su virtud ,

y

n1uchas Siervas de Jesu-Christo, n1ovidas del exemplo de

Vautrndis , concurriéron á ponerse debaxo de su direccion.

Cedió á la caridad el an1or al retiro , y en poco tiempo

la que era una P?bre Celdilla se vió convertida en Con–

vento. Como se observaban mas de cerca los exemplo's

de Vautrudis , hadan mayor irnpresion , y eran mas co–

piosos los frutos que producían. La devocion mas exem–

plar , la observ ncia mas exacta,

d

espíritu de penitencia

mas cons tante , y mas fervietlte , fuéron desde luego el

carácter,

y

el elogio de aquella religiosa Comunidad, que

pasó con el t-iempo

á

ser Lln cékbre Cabildo de Canóni–

gas ;

~

aque Monasterio tan reducido ,

y

tan pobre en sus

principios , se vió despues cercado de una Ciudad consi–

derable , que es hoy la Capital de la Provincia de Hay–

naut, cuya formacion se debió á la veneracion,

á

la Ine–

nloria ,

y

á las preciosas reliquias de Santa Vautrudis.

Haviendo venido á visitarla su hermana Santa ·Alde–

gm1dis , Abadesa del Monasterio de Maubeuge , viendo la

pobreza del de Vautrudis,

y

la coneaad de sus rentas, la

instó mucho para que se fuese con ella ,

y

se retirase

á

Maubeuge c·on sus hijas. Agradecióselo nuestra Santa, pero

no lo aceptó, porque las razones qtü: alegaba para sacar–

la

de Mons , eran puntualn1ente las que con 1nayor gusta

la detenían en ·

él.

Su grande amor

los rigores de la pe·

nitencia la obligaba no solamente

l

no huir, sino

á mirar

con especial cariño las descomodidades de la Casa , y el

mismo Señor se dignó autorizar con un milagro el acier-

to