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LA CATEDRA

vina,

desd~

muy temprano se congrega–

bwn ·en el templo, donde tenían lugar las

ceremonias de la noche, por ser

~strecho

el Cam;;rín; y, finalmente, gozosos de ha–

ber pasado unas horas d.e gran provecho

para sus almas, se retiraban, no sin antes

haber enton ad·o con la unción más gra n–

de los tan sencillos, a la vez que elocuen–

tes, can tos popu lares de CO<pacabana.

Los sermones estuvieron a cnrgo de

los RR . FP. Felipe Solís y Pedro Corve–

ra, cuya prepa ración y celo por la con–

ver,sión de las almas fu eron las notas

~&lientes en las pláticas .e instrucci'ones c; ue

incansablemente les escuch am os. El pri–

m::ro de ellos,

con

palabra vibran te

·y

enérg ica, anancaba lágrimas abundantes

de sus oyen tes, hasta'

cuyos

corazo nes

descendía co n la voz del sentimien to . El

segu ndo, con

la persuasión del maestro

y del apóstol de probada experiencia, con

el

filo de sus profundas argumentacio–

nes, hería las

inteli~ncias

más in expug–

nables.

Colaboró en la medida de sus fuer–

zas a estos maestros de la elocuencia na–

cional, el presbítero Luis Alberto Tapia .

Solemnes vísperas.-

Copacabana debía ser

testigo de lo

que puede el entusiasmo movido por la

palanca de la fe. Al ser vendidos los pa–

sajes los I'Omeros depositaron una peque–

ña limosna paraJ

costea~

los fuegos arti–

ficiales que debían quemarse en las vís–

peras de la

Com~;~nión

general.

Y

llegaron éstas. Como por arte de

magia, el amplio

a~rio

del tem·plo se vió

convertido en un vasto jardín, cuy·os ár–

boles desp ojados de hojas

presentaban

caprichosas form as

indescifrables duran–

te el día.

Los

electrici~tas,

capitaneados por el

25

La

ffiisa Cle Comunión general Cle la reme·

ría celebraCla par el R . P. felipe L. Salís.

"grin go", no desmayaron en la tarea de

ilum inar hasta el últi mo rincón del atrio

y de la plaza, a fin de qu e en el momento

C1po rtuno dijeran muy

bi en

del

genio

" ilumin ador" de los artistas.

Un

continuo

aflu ir de indígenas en

traje de fiesta, que a no tratarse de un

pacífico regocij·o, nos habrían hecho pa–

sar momentos poco agradables, en in ter–

min a!bles serpientes

humanas,

bajaban

por los cerros y el pu eblo de Copacaba–

na se vió honrado con

la

presencia de

más de 2,000 person as que ansios·as espe–

raoban que comenzaran

¡.os

fu egos ar ti–

ficiales.

Las bandas populares, las comparsas

de bailarines, al dejarse sentir dieron la

yo:~;

ele : "fuego" y . . . pronto, en di versas