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sesgan sus vuelos por el espacio, alborotan–

do a los gorriones, jilgueros y

kellunchus.

Hay picaflores, de hermosos y brillantes

plumajes, que liban en las

kantutas

de los

cerros, donde aparecen de entre las rocas,

tímidas y cautelosas las apetecidas vizca–

chas.

a las deficiencias de la alimentación, estoi–

cos para vivir en regiones tan áridas,

y

privados de todas las comodidades. Se dedi–

can a las labores agrícolas y al pastoreo.

Los pobladores del lago Titicaca son exce–

lentes pescadores.

Un número reducido de la indiada, aban-

Otro cuadro religioso en la iglesia de Laja.

En la época de las cosechas, abundan las

palomas

cullcus

y

las

tórtolas~

hurucutas,

así como las perdices o

pizzakas.

Horadan–

do la tierra, y por medio de laberintos sub–

terráneos, se presentan los conejos del

campo,

wankqus.

LA VIDA HUMANA

RAZAS

La población actual de la provincia, es–

tá constituída en su totalidad por la raza

indígena de tronco aimara. Pues hoy

co~o

ay"er, los aimaras son los únicos habitantes

fijos de la altiplanicie boliviana: duros pa–

ra soportar el frío, sobrios para adaptarse

dona el campo y se radica en las ciudades

o va a buscar trabajo en los asientos.

mineros.

En todos sus núcleos, como en toda

mar–

ca

aimara, la población se halla dividida

en

aransayas

y

masaras

o

urinsayas,

entre

los que algunas veces se suscitan rivalida–

des.

Los indígenas de las islas y orillas del

lago

Titicaca,

no difieren del resto. Lo que

llama la atención es la inexplicable ubica–

ción de las comunidades

Chachacomani

y

Haylliguaya,

que han erigido sus ranchos

en las faldas de la cordillera, a más de

4.500 metros sobre el nivel del mar; en la

región más árida y fría; en tierras cubier-

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