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tas de paja brava y de guijarros, donde las

vicuñas han elegido sus postrer asilo. Y allí

viven estos seres admirables, que sonríen

ante una naturaleza que a los blancos se nos

antoja la más avara y hostil de la tierra.

GÉNERO DE VIDA

En la capital de la provincia y en los can–

tones, poblados en su mayoría por elemen–

tos mestizos, los habitantes llevan un

género de vida especial. Los más son posee–

dores de

sayañas,

paulatinamente arreba–

tadas a las .comunidades indígenas, dedi–

cándose sobre esta base a los trabajos

agrícolas; los que no las poseen, se dedican

al pequeño comercio y a negociar con los

indios. Viviendo de esta suerte, con ocu–

paciones limitadas, pocas exigencias y una

vida relativamente fácil, por lo general el

individuo pierde todo afán de progreso, de

superación y de trabajo.

Los pobladores de la campiña, se divi–

den en indios de hacienda y de comunidad.

Los primeros no son dueños de la tierra;

dependen, en calidad de "colono" del pa–

trón o poseedor de la hacienda, para quien

trabajan gratuitamente cuatro días de la

semana y cuidan los ganados, amén de ayu–

dar en labores domésticas y otros servicios.

Los indios de comunidad, son dueños de

la tierra, gozan de libertad, no reconocen

amos ni patrones. Poseen sus parcelas

sa–

yañas

en cada una de las zonas pertene–

cientes a la comunidad llamadas

aynocas.

Cada año señalan las

aynocas

que deben

cultivar, dejando descansar grandes exten–

siones de terrenos, durante cinco o más

años, a fin de que la naturaleza las vuelva

a abonar espontáneamente.

Los comunarios gozan de toda libertad ,

"pero por falta de una dirección técnica, no

reciben los beneficios que ella les debe. De

ahí que las comunidades indí-genas están

más atrasadas que las haciendas. La expli–

cación es muy sencilla: mientras en las

haciendas hay un patrón que se interesa, y

en algunas hasta ingenieros agrónomos, ad–

ministradores, capataces y mayordomos, y

maquinaria agrícola, e'n las comunidades

faltan tales direcciones y recursos que tec–

nifiquen los trabajos, que mejoren las tie–

rras, el ganado y los cultivos y aumenten

la producción. Apenas si reconocen como

autoridad a los

hilacatas,

nombrados por

su respectiva comunidad.

CENTROS DE POBLACióN

Son notables,

Pucarani,

que ha llegado

a constituirse en la capital de la provincia;

Laja,

a 3.919 metros sobre el nivel del mar,

lugar donde se levantó la primera acta de

la fundación de la ciudad de La Paz;

Pe–

ñas,

a 3.888 m., donde fué ajusticiado el

célebre caudillo indígena Tupac Catari;

A igachi,

prehistórica residencia de los ai–

maras;

Puerto Pérez,

llamado por los in–

dígenas

Chililaya; Tambillo,

que ha alcan–

zado un rápido progreso convirtiéndose en

cantón y desplazando al antiguo cantón

Co–

llo-Collo,

que ahora es una hacienda;

1

qui–

aca,

extensa comunidad indígena, que por

sus propios medios ha venido obteniendo

visibles adelantos;

Pujri,

la más populosa

de todas las comunidades;

Cumana,

isla

del lago Titicaca, notable por sus monu–

mentos prehistóricos, parecidos a los de

Tihuanacu.

Puerto Pérez.

Esta antigua población

indígena situada a orillas del lago Titica–

ca, en la porción llamada por los indios

lago

W iñaymarca,

fué un puerto de gran

movimiento durante la época colonial, y

luego en la República, hasta que la cons–

trucción del ferrocarril a Guaqui, puerto

nuevo sobre el Titicaca, decretó su muerte.

¿Qué razones hubo para crear un nuevo

puerto, en una bahía inadecuada e inferior

a la de

Chililaya

y llevar allí el ferrocarril

de La Paz, despreciando un puerto exce–

lentemente situado, bien establecido y más

próximo a la ciudad? . . . Nada más que

las conveniencias de ciertos terratenientes

de las regiones próximas a Guaqui, cuyas

influencias políticas impusieron la cons–

trucción de la línea férrea hacia dicho

punto.

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