rio, hubo de constituir con el correr del
tiempo la égida central del Tahuantinsuyo,
habiéndose concentrado en el Lago Sagra–
do el poder espiritual del Gran Imperio,
como que fué el inca Tupaj Yupanqui el
que fundó la isla del Sol, sobre las ruinas
de una anterior civilización, probablemen–
te los
chullpas,
de acuerdo a las informa–
ciones de los más autorizados arqueólogos.
Llamábase entonces esta isla
/nti Kaka,
habiéndosela consagrado al culto del Sol
para cuyo fin fueron construidos templos,
monasterios y lugares de sacrificio, habien–
do trasladado de la sede del Imperio los
más delicados adminículos destinados a la
adoración al dios Sol, así como a una bue–
na parte de la casta privilegiada.
Al lado de los santuarios había casas
que servían de claustros monásticos para
las vírgenes, encargadas de preparar todo
lo necesario para el culto y de mantener
el fuego sagrado.
Las fiestas tenían lugar en todos los
<:ambios siderales y estaban presididas por
los sacerdotes de la nobleza llamados
hi–
churis,
quienes también se encargaban de
absolver pecados y dar penitencias a los
que acudían al santuario para reconfortar
su espíritu.
Próxima a esta isla se encontraba la de
·Coatí
o de la Luna, dedicada al culto de
este astro. Y así como los antiguos griegos
.dieron esposas a sus dioses mitológicos, Tu–
paj Yupanqui señaló por esposa del Sol a
léi.
Luna y le erigió un magnífico templo,
'{:On ministros y doncellas a su servicio.
En ambos adoratorios
h~bía
un ministro
mayor y una
Mamacuna,
que representa–
ban a los dos astros respectivamente . El
uno, adornado con láminas de oro tacho–
nadas de pedrería brillante y la otra, con
delgadas planchas de plata que presenta–
ban incrustaciones de conchas y piedras de
color. En ocasiones próximas a las fiestas,
ambos personajes se enviaban presentes
para significar que el Sol y la Luna se ha–
cían mutuas atenciones.
Las vírgenes, de acuerdo a las versiones
recogidas por los padres Sáenz (Rafael) y
Ramos, pertenecían a tres categorías: unas,
muy hermosas, llamadas
huayrurus;
otras,
no tanto, denominadas
yuraca.jllas
y las
pacoajllas
cuya belleza se confundía con el
factor común de los habitantes. Cada una
Un cuadro religioso en la iglesia de Santiago de Huata.
de estas clases tenía una superiora o
ma–
macuna.
Fuera de esta clasificación, se hacía una
segunda de acuerdo a la condición social:
primero, las de sangre real, dedicadas pa–
ra esposas del Sol y cuando convenía se
las sacaba para desposarlas con el Inca;
segundo, las de cualquier linaje, que eran
recibidas por favor y se las guardaba para
Otro cuadro religioso en la iglesia de Santiago de Huata.
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T . I.