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TRADICIONES.

A poca distancia del sitio citado, junto

al camino carretero de La Paz a Chulumani,

se halla el gran barranco de

Churiaca,

que,

debido a las filtraciones de aguas ferrugi–

nosas se va deslizando anualmente un me-

'

tro hacia el río Tamampaya y se lleva in-

sensiblemente millones de

ton~ladas

de tie–

rras cultivadas, en tal forma que los huertos

se modifican poco a poco y la carretera, por

sus frecuentes rectificaciones, presenta una

serie de graderías en la pendiente.

Pues bien, cuéntase que en

Churiacr.z

se

levantaba otro villorio vecino del

lnca–

lacay,

el cual, habiendo pecado como So–

doma, fué sometido por Dios a una prueba

para ver si se arrepentía. Al efecto, cierto

día el Señor envió a aquel lugar un men–

digo. Pero éste fué echado sin piedad por

los depravados lugareños. Entonces la có–

lera divina hizo desaparecer el pueblo con

todos sus habitantes, no dejando sino aquel

barranco, en cuyo fondo se han hallado

-dice Molina- restos de utensilios, cande–

labros de la antigua iglesia, etc.

Tiempos después, cuentan, una paloma

blanca se posó sobre un cerezo, próximo al

sitio del siniestro. Quisieron cazarla, unos

con piedras y otros a bala. Nadie la hirió;

pero ella tampoco se iba. Despierta ya la

atención de los vecinos, éstos se llegaron

al árbol y entonces descubrieron el por–

tento: una imagen de Nuestra Señora de la

Natividad, esculpida misteriosamente den–

tro del tronco del cerezo. Se le. erigió ahí

mismo una iglesia y, con ello, vino la fun–

dación del nuevo

Chirca,

en reemplazo del

pecador villorrio destruído. Quizá ningu–

na tradición yungueña ha llegado tan a lo

íntimo del alma del pueblo como ésta. Y

lo cierto parece ser que la imagen apareci–

da fué tallada en la misma madera del

tronco que hasta ahora existe en la puerta

del santuario, cuyas astillas se llevan los

peregrinos. Y no pocas dificultades habrá

tenido el artista para tallar la parte pos–

terior de la escultura, puesto que formaba

parte del tronco y fué labrada en un hueco

profundo. El árbol, según dicen, vivió has–

ta 1867.

En el año 1811, aprovechándose del de–

bilitamiento que sufrió la población yun–

gueña por su intervención en la causa li–

bertaria, cinco mil indígenas iniciaron un

cerco a Coroico el 20 de octubre. Con tal

motivo -refieren las crónicas-, cuando los

sitiadores llegaron a los suburbios del pue–

blo, viéndose los coroiqueños inermes y sin

auxilio exterior, después de una semana de

resistencia, apelaron a la protección de la

Virgen, llevándola por las calles en roga–

tivas públicas, y entonces se efectuó el

milagro. Por declaraciones de los indíge–

nas prisioneros, se supo que cuando los si–

tiadores se aprestaron al asalto definitivo,

observaron un ejército bien pertrechado que

se aproximaba por las cumbres del

U

e

hu–

machi.

Y se dieron a la fuga, aunque el tal

ejército no existió sino en su imaginación.

Así, también se habla de un extraño ca–

so ocurrido con la

V irgen del Arco,

vene–

rada en lrupana, y de la no menos mila–

grosa aparición del Señor del cantón Laza,

cuya imagen, para no permitir que la tras–

ladaran del lugar se hizo tan pesada que no

fué posible moverla.

La leyenda popular profana, habla de

una especie de "sirenas" que, antiguamen–

te, cuando los caminos eran escasamente

transitados, habitaban junto a las bellas

cascadas de la región. Solían presentarse,

sigue diciendo la fantasía del pueblo, en

las noches, con músicas muy dulces con–

fundidas con el rumor de las aguas, hasta

rendir al viajero solitario y sumirlo en un

sueño extraño. Por esto -explica la leyen–

da- muchos tardaban en llegar a su des–

tino, si no habían desaparecido misteriosa–

mente.

También tiene su historia el lugar lla–

mado

Urujara,

turberas situadas a sólo

quince kilómetros de La Paz, donde existe

una profunda cueva, que hasta hace unos

setenta años fué guarida de un bandolero

famoso, el

Z-ambo

Salvito,

de cuyas fecho-

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