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arrabales. Más adentro de la ciudad hay una calle que

ahora llaman la de San Agustín, que sigue el mismo

viaje Norte Sur, descendiendo desde las casas del primer

Inka Manku Qhapaq hasta en derecho de la plaza

Ri–

maqpampa. Otras tres o cuatro calles, atraviesan de

Oriente a Poniente aquel largo sitio que hay entre aque-

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lla calle y el arroyo. En aquel espacio largo y ancho vivían

los Inkas de la sangre real, divididos por sus Ayllus, que

es linajes, que aunque todos ellos eran de una sangre, y

de un linaje, descendientes del rey Manku Qhapaq, con

todo eso hacían sus divisiones de descendencia de tal

o tal rey, por todos los reyes que fueron, diciendo: éstos

descienden del Inka Fulano, y aquéllos del Inka Zutano,

y

así por todos los demás. Y esto es lo que los histo–

riadores españoles dicen en confuso, que tal Inka hizo

t al linaje, y tal Inka otro linaje llamado tal, dando a

entender que eran diferentes linajes, siendo todo uno,

como lo dan a entender los indios con llamar en común

a todos aquellos linajes divididos. Qhapaq Ayllu, que

es linaje augusto de sangre real: también llamaron Inka,

sin división alguna, a

l~s

varones de aquel linaje, que

quiere decir, varón de la sangre real; y a las mujeres

Palla, que es mujer de la misma sangre real. En mis

tiempos vivían en aquel sitio, descendiendo de lo alto de

la calle, Rodrigo de Pineda, Joan de Saavedra, Diego

O r tiz de Guzmán, Pedro de los Ríos y su hermano

D iego de los Ríos, Jerónimo Costillas, Gaspar Jara, cuyas

eran las casas que ahora son convento del divino Agus–

tino.

Miguel Sánchez, Juan de Santa Cruz, Alonso de

Soto, Gabriel Carrera, Diego de Trujillo, conquistador

de los primeros y uno de los trece compañeros que per-

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