Cusco, dice al mismo propósito lo que se sigue, capítulo
noventa y tres: y como esta ciudad estuviese llena de
naciones extranjeras y tan peregrinas, pues había indios
de Chile, Pasto, Kañaris, Chachapuyas, Wankas, Qollas,
y
de los demás linajes de que hay en las provincias ya
dichas, cada linaje de ellos estaba por sí en el lugar y
parte que le era señalado por los gobernadores de la mis–
ma ciudad. Estos guardaban las costumbres de sus pa–
dres andaban al uso de sus tierras, y aunque hubiese
juntos cien mil hombres, fácilmente se conocían con las
señales que en las cabezas se ponían. Hasta aquí es de
Pedro de Cieza.
Las señales que traían en las
cab~zas
eran maneras
de tocados que cada nación y cada provincia traía, di–
ferente de la otra, para ser conocida. No fué invención
de los Inkas sino uso de aquellas gentes; los reyes man–
daron que se conservase porque no se confundiesen las
naciones y
linajes, de Pasto a Chile, según el mismo
autor, capítulo treinta y ocho, hay más de mil tres–
cientas leguas. De manera, que en aquel gran cerco
de barrios y casas, vivían solamente los vasallos de todo
el imperio, y no los Inkas, ni los de su sangre real: eran
arrabales de la ciudad,
la
cual iremos ahora pintando
por sus calles de Septentrional al Mediodía y los ba–
rrios y casas, que h ay entre calle y calle, como ellas
van; diremos las casas de los reyes, y a quién cupieron
en
el
repartimiento, que los españoles hicieron de ellas
cuando las ganaron.
Del cerro llamado Saqsaywaman desciende un arroyo
de poca agua, y corre Norte Sur, hasta
el
postrer barrio
llamado Pumaqchupan. Va dividiendo la ciudad de los
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