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donde quiera que posaban sus plantas, sembraban el pa–

vor y la miseria, la desolación y la muerte. Después de

los combates, los

v~ncedores

tomaban los despojos y mu–

jeres de los vencidos, se apropiaban de cuanto encontra–

ban a su paso, destruían, mataban y cometían todo . gé–

nero de vandalages, con una furia y encarnizamiento

propios de su estado de salvajismo, y sin que nada fue–

capaz de contener sus depredaciones.

Después de la lucha, volvían a sus miserables

chozas, llevando el botín que en la guerra habían encon–

trado. Allí no reconocían autoridad ni ley alguna; todos

vivían de

~u

cuenta y al modo que querían. Solo de

v.ez

en cuando gobernaba por algún tiempo el que se atrevía

o tenía ánimo para mandar a los demás; y lne_go que se

enseñoreaba, trataba a todos con tiranía y crueldad, sir–

viéndose de ellos y de sus mujeres, a su voluntad, y ha-

ciendo guerra a cuantos podía.

·

Los ídolos que adoraban eran muchos

y

diferen–

tes, tales como las yerbas, flores, cerros altos, peñas,

cuevas, guijarros, piedrecitas, corderos, etc.. PlJeS

c~da

barrio, cada linaje, cada casa tenía dioses diferentes unos

de otors, porque les parecía que el Dios ajeno, ocupado

en otro, no podía ayudarles, sino al suyo propio. A to–

dos estos objetos rendían culto,

derra~ando

a sus pies

sangre humana y de cordero.

A lo último, parece que llegaron todos a unifor–

mal'

su religión, adornando a un solo Dios, llamado Ti–

civi-RACOCHA,

nombre que dieron a un ser que de–

cían velaba. por ellos, y del cual contaban esta tradición;

Dios tubo un mal hijo,

TAHUACPICAWIRACO–

HA y que constituía en todo una deidad opJJesta al pa–

dre: de suerte que el padre hacía los hombres buenos y

él los hacía malos; el padre hacícr montes y él los hacía

llanos; las fuentes. que el padre hacía, él las secaba,

y

en