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ALBORES EN EL LABERINTO

atribuir los monolitos americanos (2) a los pueblos " megalíticos" del

lenguaje arqueológico, hay que estudiar en el continente sus conexiones

y

los posibles centros de dispersión.

2.

º

En general, sin embargo, este americanismo ha aprendido por

experiencia que, más que los monumentos desmesurados, son elocuentes

los objetos pequeños, aun aquellos que no merecen para el profano el

nombre de monumentos. Considera, más que todo, eficientes para sus

fines, las hachas y flechas de piedra y hueso,

y

los vasos del uso común,

especialmente los groseros, aquello que en Perú y Bolivia se han tirado,

al coleccionar los "bellos" vasos pintados. En el álbum, por ejemplo,

de Tiahuanaco, prefiere sobre todas las demás, la cuarta tabla, que con–

tiene unas flechas

y

tembetá,

por ser la más seguramente fechada, sino

en el tiempo absoluto, al menos en la sucesión ergológica de la ascen–

sión humana.

3.° Escéptico en materia de cataclismos, este americanismo pro–

cede con toda precaución en un terreno tan resbaladizo. No pretende

introducir el desorden en materia de antropología física (3)

y

geolo–

gía (4). Su cronología se basa únicamentJe en la inter,PJetación de mo-

zas, alca

100

pies,¡ ver

Ho

MES, W.

H.,

arcículo

Art, Architecture,

en Hogde,

Hand–

book, etc.

La cuestión

de

los

M__ounds,

en el sentido

de

discernir si ellos representan escados

embrionarios de las p1rámtdes e México

y

Yucatán, o so en cambio imitaciones

de

esas formas clásica por an

los pueblos menos adelanrados que vivían al margen

de

aquellas áreas, ba sido

y

odavía una de las más inceresances dispucas. pues

equivale a fechar

res~eccivamence

irámides y

mounds,

a excluir o admicir la inmigra–

ción

de

los conscruccores

de teocal/i

de lugares lejanos, y, en un terreno más amplio,

a consagrar o rechazar la opinión

de

alcas ancigüedades para

el

origen de las sociedades

de

América.

(2) JOYCE, Tbomas A. -

South American Archaeology,

London, 1912. Ver

pág. 191.

(3) Vale como ejemplo la idea de Posnansky,

de

una raza

baman~

de

los An-

des caraccerizada por la satura mecópica abierca basca en la edad adulta. Esca opinión

hace el par con la otra de Rivero y Tscbudi, que definen como una peculiaridad del bom–

bee

del Perú

el

famoso " os lngae". Desgraciadamence aÚI\ hoy, después de las límpidas

páginas de LE DoUBLE,

Traité des variations des os du cráne,

París 1903, pág. 60

a 64, exiscen p ersonas dispuestas a tomar muy en serio la denominación incáica de

esce hueso wormiano, bien conocido también como

epacta(

y

hueso de Goethe,

y

bas–

tance común en cráneos no americanos. La prueba es que al congreso de Lima ( 1924)

fué presentada una memoria en la que precéndese demostrar que cienos cráneos de Bra–

sil presentan el

os Ingae,

y por tanto los edificadores del Cuzco deben babee necesa–

riamence procedido de aquella comarca ..•

( 4)

Típico represencanee del connubio

de

la geología con la filología, durance

el

período en que al diletcancismo fácil y despreorapado

le

capo concestar con sus res-