CAPÍTULO
XIII.
ANTIGÜEDAD DEL HOMBRE EN AMÉRICA
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FEDERICO RATZEL,
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vol.
11.
cap.
111, 2.
Ya hemos mencionado la existencia de dos americanismos.
Es evidente que, en la balanza, tienen mayor peso los americanistas
del segundo grupo, los cuales
legaron al agón armados de maza y pico,
y no de la lira
de
siete cuerdas.
Su forma de trabaja puede condensarse en dos o tres ideas directi–
vas: sencillez en
las interpxetactones, escrupulosidad y firmeza en
la
autocrítica. Más claro
esu1tará observar su conducta en algunos casos
particulares.
l. º
Al buscar, este americanismo, el origen de una forma típica
(mental o industriil) de una que otra cultura americana, antes de soñar
en procedencias lejanas, quiere utilizar todos los antecedentes
(formas
intermedias) que puede descubrir en la misma área americana. Así se
ha comprobado que las pirámides de Centro América no se encuentran
en un área aislada, y antes de buscar
el
primer origen de esa forma en
Egipto y Mesopotamia, hay que resolver sus relaciones con los monu–
mentos de toda la América Nordoriental ( l ). Así también, antes de
( 1) Para tener una idea de las muchas construcciones indígenas que pueden, des–
de la más embrionaria basta la más complicada, ofrecer un apoyo favorable para los
sostenedores de un desarrollo independiente y progresivo de las pirámides en América,
consúltese el áureo libro de THOMAS, Cyrus,
Mound Explorations,
ya citado, especial–
mente en la pág. 107 p ara los
mounds
de Iowa, pág. 116 para lllinois, y HODGE,
Handbook of. Am. Indi(lnS
en la pág. 444, para la construcción colosal de Georgia,
llamada Etowab Mound, cuya masa supera 4 millones 300.000 pies cúbicos. Todavía
más sugerente
es
Ja forma del Cabokia Mound, Illinois, verdadera pirámide con terra-