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SANTUARIOS AMERICANOS

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aposentos para los que venían en romería,

y

que a la redonda de él no

se permitía enterrar ni era digno de tener sepultura si no eran los se–

ñores

y

sacerdotes

o

los que venían en

romería

a

traer

ofrendas al tem–

plo. Cuando se hacían las fiestas grandes del año, era mucha la gente

que se juntaba, haciendo sus juegos con sones de instrumentos de música

de la que ellos tienen"

(11, cap. LXXII) .

Un verdadero para1elo puede establecerse entre el santuario del Ti–

ticaca y el de Cuzumel. Tres factores, en este santuario, son dignos de

nota:

1.

0 ,

que representa el lugar más apartado de todo el Yucatán, ver–

dadera " última Tbule" .perdida

hacia oriente;

2.º que el carácter de ais–

lamiento

y

la condición inaccesible del santuario no fué obstáculo para

que fuera elegido ese lugar, siendo, después de su éxito, el desembarca–

dero · más cercano de Polé unido mediante caminos a todas las ciudades

del interior, basta las más lejanas del Tabasco

y

Guatemala; 3.

0

que

la

sede preferida fué la isla de Cuzumel, circunstancia que recuerda a la

memoria otros lugares americanos sagrados, circundados o lindantes con

las aguas, como las islas del Titicaca y las mismas Tlateloko y Tenocbt–

litlan, que fué llevada a ser una ciudad populosa (Méjico) justamente

en virtud de un

sinoik ismo

efectuado all!ededor de un santuario.

He aquí lo que podría lla arse, sino el resultado, al menos la su–

gestión de nuestras observaciones, al propósito de los " dilemas de Tia–

huanaco".

1.

0

Respecto a la

elio atna, ella no se deduce, rigurosamente, de

ninguno de los atri otos de los personajes representados en Tiabuanaco.

Ninguna seguridad nay acerca de la propiedad de las denominaciones

" puerta del sol", "templo del sol" .

2.

0

Los Autores que aceptaron por un lado el carácter solar,

y

por el otro las antigüedades más remotas, han obrado como el que se

agarra -.. ambos cuernos de un dilema. En efecto, si hablamos de épocas

remotas, no puede haber religión solar triunfante ; quien acepta las pri–

meras renuncia automáticamente a la segunda.

3.

0

Llegamos, por otro camino, a suponer que los constructores

obedecieron a un poder central organizado, interesado en levantar esa

obra por fines políticos

y

religiosós, como podría ser la consagraciÓQ di–

nástica, por la absorción de las más antiguas concepciones populares de

las naciones conquistadas, de sus respectivos atributos totémicos y sím–

bolos. La jerarquía de poderes políticos y castas,

juntamente con la

jerarquía ceremonial de ayllus, tribus y pacariscas ; he aquí lo que no

puede considerarse ausente de la mente que ideó la zona monumental de

Tiabuanaco. Todo eso conduce a admitir que ésta surgió posteriormen-