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UNIDAD ETNOGRÁFICA DEL PACÍFICO

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blecidas en América, como ser el arte de la fortificación y de la construc–

ción piramidal ( lámina VI), el

ñandutí

con sus característicos dibu–

jos circulares de hilos o

fibras

(lámina X), el

arte

de

trabajar

y disponer las piedras en orden armónico (aparejos), con

la

circuns–

tancia de que todos los estilos murarios clasificados en el Perú los vemos

ya en las islas del Pacífico (fig. 100- 104), el arte de esculpir la piedra

en bajorrelieve, para representar figuras reales o imaginarias y también

la reproducción estatuaria del cuerpo humano ( láminas V. VII, VIII y

IX) y especialmente de la cara, cuyas expresiones y basta modalidades téc–

nicas son inconfundibles. Con nuestra gran sorpresa, hasta en las más pe–

queñas islas del Mar del .Sur, a 8000 kilómetros de la costa de América,

encontramos estatuas de piedra cuyo modelado evidencia conexiones es–

trictas con la antiplanície peruana, la sierra de Colombia y los territorios

centroamericanos, de manera que estos tres centros de más elevada pro–

ducción escultural del nuevo mundo se encuentran vinculados a una

cadena Pacífica cuyos ·anillos, Rapa-nui, Marquesas, Rapa, Rapa-iti,

Vavitao, se escalonan en las Rrofundidades del océano occidental.

A la luz de estas comprobaciones, juntamente con las otras muchas

de que se tratará en lugar más oportuno, (Parte IV), nos

pa~ecen

discu–

tibles las bases en que

a

fundado sus argumentaeione.s los arqueólo–

gos interesados en determi ar la cronología relativa de

~os

estilos de pin–

tura, modelado y alfarerías de Perú, y la sucesión de los aparejos mu–

rarios empleados en la arquitectura. UHLB ha consagrado a este fin las

más inteligentes enei:;gías de su espíritu de investigador

(X~jXI)

lle–

gando a

formular una escala oe esculturas Protonazca, Protolima,

Protocbimú, anteriores todas a la Tíahuanaca, que a su vez es seguida

por la Incaica. La sucesión de Uble (resumida en XXXVIII) no es del

agrado de TELLO (X:VIII, p. 376) sostenedor de la tesis contraría, de

que las culturas de la costa son posteriores, no anteriores a la de la sierra,

opinión que resulta aceptable tan solo si se refiere a la repercusión que

las realizaciones artísticas del altiplano tuvieron necesariamente, a guisa

de reflujo, en los valles que llevan al mar, y en la misma costa. En

cuanto a los elementos originarios culturales, es decir, ideales y técnicos,

sería vano buscar su origen

in situ,

prescindiendo de las puertas abiertas

hacia el océano. Pocos kilómetros distante del Titícaca, y en el camino

más transitable que sale del lago, los modelados prosopomorfos en pie–

dra, aunque continúan mostrando su dependencia genésica de la escul–

tura del altiplano, constituyen sin embargo unas groseras y grotescas

caricaturas (Oruro) .

Muy al contrario, en la costa, cerca de Ancachs, a mitad del camino

entre Trujíllo y Lima,' la expedición universitaria de 1919 descubrió dos

estatuas de piedra, cuyos caracteres las colocan en el sitio más cercano a la