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LUCHA DE MéTODOS

Siguiendo por este camino,

la dbservacióni de los monumentos

bajo el punto de vista tecnológico, etnográfico y político puede llevarnos,

y

ella solamente, fuera del círculo estrecho en que nos debatíamos.

Pero esa observación no debe limitarse a un área circunscripta ni a

unas pocas regiones limítrofes. Así, por ejemplo, es imposible que se

entienda el valor de ciertos elementos, como el "signo escalonado" que

pretende Posnansky, sin alejarse de Sudamérica. La figura 62 sugiere

que probablemente ese "signo" no es otra cosa que

la

representación de la

pirámide de gradas, empleada como motivo de decoración. Más categó–

ricamente, demuestra que es un elemento común a Peruanos y Pueblos,

conservado por estos últimos con mayor ingenuidad expresiva. Ello

nos obliga a buscar un origen común, anterior al establecimiento de

esas poblaciones en el Norte y el Sur de América.

FIG. 61 Y 65

Es pr

cchoso

comp;ir;ir

los

dolos

de

los

indios Hopi

(fig.

62

y

6'.3)

con

un.

m5scau de

los Mebin;icú

de Busil, para

cscbrecer

la

cuesclón

de

los

personajes

enmas('au do, dtl Perú. N.uuralmente, cae de por

si

h.

interpreu.cióo de Posn3nsky.

que ve en el dibujo tiahu3 naco de h

fig. 65 el ideoguma " pez"

( l).

Igualmente, la incógnita de la acción " humanizadora" que hemos

invocado para explicarnos la trasformación antropomorfa de la figura

de Tiahuanaco y sus similares del Perú, y que podía consistir, evidente–

mente, t ambién en una evolución interna de la cultura local, .recibe nue–

vas luces y un rápido cambio de ruta, al tener en cuenta la imagen pin–

tada sobre arcilla, para el altar de una tribu Hopi, de Norte América,

cuya cabeza con apéndices radiales y el

mi~mo

cuadrado de la cara son

harto sugerentes

(fig. 63 ) .

Así también, si, con mirada más amplia, abarcamos, además, el

inmenso campo et nográfico del mar P acífico, tendremos la expl icación de

numerosas peculiaridades tecnológicas y artísticas de ambas Américas.

Los mares del Sur encierran ( y más encerrarían sin el celo de los misi o–

neros del siglo XVIII que destruyeron por fanatismo casi todo vestigio)

la mayor cantidad de formas que vemos reproducidas, y a veces enno-