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II

en la composición del

Vocabulario Oañm·i,

ex–

cepto en una treintena o cincuentena de voces,

las cuales no son otras que las que hemos

ha–

llado en las «Relaciones Geográficas de

Indias~,

publicadas por Jiménez de la Espada, en lo con–

cerniente a <Cuenca y su Provincia.» En es–

tos casos, hemos cuidado de reprod ncir los

frag–

mentos correspondfontes de tales Relaciones, co–

mo era justo.

Las vnces homólogas, botánicas,

toponími–

cas

y

antroponímicas las damos

c:on

conciencia

harto segura 9e su casticismo cañari, mas no

así las otra'!.

Mucho estudio, tino y sagacidad se necesi–

tan, en efecto, para concluir que una voz de·

be de pel'tenecer

a

uno

u

otro de dos idornas da–

dos, sólo por consideración al sonido de algu–

na

o algnna¡s letras de esa

oz; no obstante

lo

cna~

si tomamos en cuenta que se escuchan

en el habla de nuestros

indio~

tanto

Ja

p co–

mo la

b,

tan o la e como

la

g, tanto la t co–

mo

a d y

tanto la h como la

j, no dejare·

rnos de pensar que ann

los critRrios de puro

fonetisrno tienen alguna E>ficacia µara nuestro

caso. ¿Por

qué

esos iud íos, en efecto, si podían

pronunciar, como

que

las pronuncian correcta-

1rnmte.

la

p,

la

e,

la

t

y

la

h,

las hubieran

trocado por la b.

la

g.

la

rl

y

la

j

?

Y por

lo

que hace

a

la

misma

j

y

a

la ch

y

la

s

seneilla, francesas,

¿en

vez de euáles letras

Que–

ckuas

hubieran llegado a usarlas?

i

Con

cuáles

lrnbiernn µodido c011fundirla.

?

Teugo a

la vista el

.•

::frte

y

Dicciona1·io

Quechua-Español,

del

Padre

Diego González

Holguín, corrt!giclo

y

aumentado por

u u

estro

insigne Padre JuaH

G. N.

Lobato,

y

hallo que

algunas

de

las Yoces

que diputo por

cañm·is

corren

en ese

Diccionario.

La

cosa es para

des-