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HORACIO H. URTEAGA

su personaHdad, juzgada por el exagerado

JUICIO

de los in–

censaristas y de los pretorianos. Por lo mismo, ignoramos

muchas de sus virtudes y se escapan a nuestra visión mu–

chos de sus defectos, pero en el balance genera>! de sus accio–

nes se rompe el equilibrio de lo anónimo o de lo vulgar en su

persona, para destacarse la superioridad de su espíritu que

sostiene la inmortalidad de su nombre en el alma de su pueblo.

Nació don Ramón Castilla en Tarapacá, el 30 de agosto

de 1799. Fueron sus padres don Pedro Castilla, na.tura! de

Buenos Aires, y doña Francisca Márquez, natural de Tara–

pacá. P•or la línea paterna descendía el Mariscal de una no–

ble familia española, siendo su abuelo materno natural de

Génova. A los once años se

trasla.dó

a Lima para atender a

su educación, pero apenas permaneció en la capital del anti–

guo virreinato del Perú, durante un año; ya en 1813, Casti–

lla se hallaba en Concepción de Chile, donde lo arrastraron

sus intereses y su familia.

El año de 1813 y cuando CastilJa apenas contaba catorce

años, estalló en Concepción un movimiento revolucionario, y

don Leandro Castilla, su hermano mayor, que era acérrimo

r ealista, conociendo el carácter de Ramón y su afición a la

carrera de las armas, lo alistó en un batallón de caballería

que se formó con el nombre de

Dragones de la Frontera,

y

que, tremolando el estandarte real, defendía la causa de Es–

paña. La revolución se sofocó y Castilla dejó el cuartel para

ser llamado muy pronto por el Mariscal realista Marcó del

Pont, para alistarse en los ejércitos que pretendían contener

el avance de las huestes patriotas que llegaban a Chile con

San Martín. Castilla peleó contra el héroe argentino

y

sir–

viendo de ayudante a Marcó del Pont, cayó herido y prisio–

nero en la célebre batalla de Chacabuco. Internado a Buenos

Aires, obtuvo su libertad gracias a la intercesión que por él

hizo doña Juana Puirredón, sobrina del Supremo Director.

Castilla, libre, se dirigió etnonces al Era.sil, y pensaba aguar–

dar en Río Janeiro el desarrollo de los sucesos, cuando cono–

ció al brigadier rea.lista don Fernando Cacho, que, de tránsito

al Perú, había tocado en esa ciudad. Bl brigadier Cacho era

un militar valeroso y muy hábil, gran estratégico y decidido

partidario de la causa de su rey.

P~·onto

trabó relaciones es–

trechas de amistad con Castilla, y ya que no podían realizar