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HORACIO H. URTEAGA
que en sus venas se mezc
0
laba la italiana, la india y la es–
pañola.
Vivió en una época en que. como e.n la Italia del Rena–
c-imiento, la temeridad y la audacia, la valentía y el arrojo,
eran virtudes que se hermanaban con la mentira y la calum–
nia, con Ja falsedad y la intriga; y a la dádiva generosa se
alternaba el insulto; y al brazo de la alianza, el ataque por la
espailda o el beso de Judas. Era la época en que las gentes,
más que hoy, vivían de la política, y lo que
no
llegaba al cora–
zón y la cabeza en forma de atractivo por la ciencia, el arte
o el trabajo, llegaba en forma absorbente, de complot, de in–
triga palaciega o de motín de cuartel. Castilla participó de
esas opuestas ten.dencias, pero con un genio superior pudo
sacar de esas miserias, enseñanzas, y dominar sobre toda esa
ruindad a.e pasione-s.
i
Qué cuadro tan interesante ofrece
to–
do ese pequeño mundo de nuestra sociedad de los primeros
años de Ja República; nacionalidad en la infancia
!
exclama
nuestra sociología criolla y lanza una disculpa a semejante
descrédito; y la h erencia colonial, el apático espíritu del in–
dio y la incultura democrática, que engendraba los apetitos
más desordenados, se presenta como expediente de· la irres–
poncabilidad de generaciones culpables.
Purticipó sin duda Casti!ila de esas tendencias; había
jugado en las campañas de la Independencia y tenía que exi–
gir las utilidades acumuladas por su fama: el apéndice de la
vida de un prócer era la presidencia de la República. Nada
importaba que llegara a ella siendo un indio puro, lenguaraz y
desertor como San Román, o un criollo tan culto como Vi–
vanco; bastaba con haber pasado revista en las huestes pa–
triotas que pelearon en Junín o en Ayacucho, para tener de–
recho de mayorazgo al gobierno de la República. Sólo
que, en esta carrera de ambiciones y en esa turbamulta de
mandatarios, ineptos Jos más, Castilla tuvo una orientación
y una poltica de principios, y en su primer período de mando
principalmente, impulsó tanto el progreso de Ja República y
procuró tanto Ja confraternidad entre los partido · rivales,
que, por un momento, se creyó en la eficacia y Ja p :!rduración
de su obra de bien, que él mismo se encargó de destruirla
cuando, en su segundo gobierno, injustas r eaccione proba-