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HORACIO H. URTEAGA
siempre correspondió Chile con actos de vandalismo, las ac–
ciones heroicas y de virtur patriótica, que la cultura y la mo–
ral humana im¡::onen al re•speto y admiración del vencedor
!
El ejército chileno no permaneció inactivo.. El general
don Manuel Baquedano, que lo dirigía, ordenó el avance,
mientras el general peruano, don Juan Buendía, reuniendo
las tropas del ejército aliado perú-boliviano, se adelantaba a
marchas forzadas, hacia el norte, obedeciendo al plan de
concentración ordenada, primero a Pozo Almonte, y después
a San Francisco.
En este punto, el ejército chileno, que también avanza–
ba con violencia, se fortificó. Como tenía comunicación con
el mar y disponía de elementos de trasporte, su abastecimien–
to nada dejó que desear. Muy al contrario el ejército aliado,
falto de vívere_s y en medio del desierto árido y seco, desfa–
llecía con el cansancio y con la sed. En ese supremo trance,
donde se oprime la vida ante el r·igor de la naturaleza y la
implacable venganza del enemigo, el honor y la vida que se
defienden hacen nacer bríos extraordinarios y un valor que
no mira ni peligros ni obstáculos en la fuerza de la desespe–
ración.
En San Francisco, todo se opuso a }a victoria perú-boli–
viana: el rigor de la naturaleza, el agotamiento de un ejército
cansado y exhausto, y el abrumador número de los contrarios;
y, sin embargo, ese histórico peñón se ofreció como e cenario
de acciones de admirable heroicidad. Formados los chilenos
en tres columnas, desde lo alto del cerro lanzaban una lluvia
de proyectiles
y
los obuses de sus 32 cañones. Parecía impo–
sible ascender esa cumbre barrida por la metralla, y no obs–
tante, los batallones peruanos arrastrados por el Coronel
Espinar, escalan la montaña, y, aunque diezmados por las
balas enemigas, llegan a la cima y s·e apoderan de los caño-
varon su temeridad los agresores. Tocios,
todos
quedaron tendidos, desde
la playa hasta Jo alto, como si hubieran sido cegados por una hoz terri–
ble. Son increíbles Jos actos de crueldad de Jos chilenos: a dos rabonas que
huían con sus hijos, las fusilaron en el camino; los heridos los despeñaban
cerro abajo para matarlos, y a otros los pasaban a bayonetázos. H an
muerto varias mujeres y niños, por los proyectiles unos y asesinados
otros". DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA GUERRA DEL PACÍFICO, Paz
Soldán. Apénd. 19, p. 854.