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HORACIO H. URTEAGA

arcaica y es una de

las pocas reliquias

de nuestro pasado

colonial.

El Virrey-obispo, no sólo cedió terreno para Ja construc–

ción, sino que adjudicó también,

y

así consta de la citada es–

critura, una gruesa suma para la edificación del templo

y

sus dependencias, que, una vez terminado, lo bautizó con el

nombre de

Santa Liberata,

en recuerdo de la patrona de su

tierra natal, Sigüenza, en Españ.:t.

La consagración del nuevo templo motivó en Lima una

grandiosa ceremonia religiosa. De todas las iglesias salieron

en procesión hacia Santa Liberata los santos patrones, acom–

pañados por multitud de fieles

y

congregaciones

y

órdenes

religiosas. La numerosa multitud acompañando las ef.igies,

se extendió por la vasta avenida de lo que hoy es la Alameda

de los Descalzos,

y,

por sus caJies laterales, ofreciendo un es–

pectáculo edificante y una confusa mezcla de sonidos, que

los producían las chirimías, las músicas populares, los rezos

en coro, los cánticos sagrados, los cohetes y los petardos,

y

las letanías que contestaban los fieles, al corear de los cánti–

cos que entonaban las comunidades y que, a son unísono

y

cerrado, se repetían por Jos

devotos. El hábil pincel de

Teófilo Castillo ha perpetuado en un lienzo ( 3 ) , una de las

estancias de este solemne momento en que la devota Lima

se desparramaba por

Ja vasta avenida

siguiéndola

hacia

Santa Liberata.

Y no faltaron en ese día las corridas de toros

y

los bailes

de mogigangas y la celebración de los autos sacramentales,

y

el certamen de los togado doctores en los claustros de San

Marcos, y las felicitaciones al Obispo-virrey, a quien se com–

paró con David, el rey celoso por la Casa del Señor, y con Sa–

lomón, que edificó el templo y tuvo los dones del mundo en

las riquezas

y

el poder, y los dones del cielo en Ja sabiduría. Y

Lima no durmió siquiera esa célebre noche:

u

calles las

recorrieron los andaluces

entonando moras

sonatas entre

cantos a la Virgen,

y

haciéndose oír por las lindas mucha–

chas, que los escuchaban detrás de las calada celosías.

Han pa ado esos tiempos en que Ja fe era un bendito pan

(3).-El

cuadro lo posee actualmene el señor Carlos Aureo \'e–

larde.