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ESTUDIOS
INDIGEN.AS.
se deslizan las
limpida~
agnas que riegan aquel suelo
tan fecundo como variado.
Una vigia de la cordillera, el pico de Hilaria
a
1.888 metros de elevacion sobre el nivel del inar,
realza por el Sur, este anfi.teatro de rocas
y
de ve–
getales,
y
desde e1, la mirada abraza, hacia el Norte,
todo el panorama del oceano, con
SUS
Costas
e
islaS
~
con sus ensenadas
y
cabos poblaclos de rnanglares que
se pierden en lontananza; mientras al Sur, estan los
dilatados campos q,ue bana el Iago,
y
parte de las
llanuras de Uarabobo dibujadas en el llorizonte como
un mar de verdura. Ent6nces aparecen ante las mira–
das del viandante los encantadores sitios del prolongado
valle, los ramales
y
estribos que lo cruzan, los rios
que descienden de las alturas
y
la capa de vejeta–
eion que como una alfornbra entapiza las rocas: en–
t6nces desaparecen los relieves, el copaje de los ar –
boles se uuiforma, sobresalen Ios pueblos
y
sientese el
movimi~nto
de la vida animal, como un interprete de
aquella naturaleza que baiian las tibias brisas del
Ocear10
y
las frescas nieblas de las cimas coronadas
de espigas.
·
Al abandonar
{1
San .Es.teban, en direccion hacia
las elevadas cumbres
d~
Hilaria, teniendo
a
la izquier –
da una muralla de rocas, llegase
3=
poco, cerca de
]as alturas de Oampanero,
a,
un lugar distante como
dos kil6metros de aque'l pueblo, donde las rocas de
la cordillera, inclinaclas sobre el suelo . (lel camino,
prescntan uua superficie plana sobre la cual se veu
multitucl de fi.guras esculpidas. Es una gran masa de
m{1irmol como de tres
a
cuatro metros de altura, por
tres de ancho, cubierta de tierra eu su base, mieutras
arriba la coronau grnpos de vejetales arb6reos,
y
de
arbustos
y
musgos que scmrieu
a
la luz del dia..-Ou::tl–
quiera diria que es la losa de un
s~pulcro
engaRtado
en la moutafia. Atras queda el Ocea,no; invisible des–
de esta altura., porque Ia faja de montes lo esconde
a