E~
EL RÍO DE
L.-\.
Pl.ATA
47
gún escándalo en aquella tierra y alguna nota digna
de aclvertir ele ella á V. M.: lo mismo ha pasado por
los religiosos.>>
Para atajo de tales males, los politicos de aquella
época solicitaban del monarca dos remedios: «una
persona ele gran cristiandad y prudencia y pecho y
valor y confianza
á
quien diese todo su poder, po–
niéndole este reino en sus manos)); é inquisidores,
«r1no
son granclomonto menester hombres cuales
convengan al oficio, celosos do la fe y honra ele
Dios, y hombres de pecho, que así remediarán mu–
chas cosas que se hacen bien en deservicio de Dio_s,
nuestro seiíor, y de su honra, y la hacienda de
V. M. no perderá, sinó en g::-an cantidad se aumen–
tará.>>
Felipe II, que á la razón reinaba en Espaiia, no
quiso dilatar por más tiempo conceder lo que sus
católicos vasallos del Perú le pedían con tanta ins–
tancia. Designó, pues, para virrey á don Francisco
de Toledo, como él, ele voluntad incontrastable yque
tenía por lema castigar en. materia de motine3 aún
las palabras livianas.
1
Fanático hasta el punto de ofrecer en caso necesa–
rio llevar á su propio hijo á la hoguera,2 nada po–
día estar más en conformidad con sus propósitos
que el establecimiento ele
los Tribunales de la In–
quisición en sus dominios de América, apresurán–
dose, en consecuencia, á dictar, con fecha 25 de
1.
Asi lo declara en su
lvfemorial,
pág. ro.
2.
«Hallóse el Rey presente
á
ver llevar
y
entregar al·fuego m
u·
chos delincuentes, acompañado de sus guardas de á pie
y
de
á
ca–
ballo, que ayudaron
á
la ejecución,
y
entre ellos
á
don Cárlos de
Sese, noble, grande
y
pertinaz hereje, que le dijo cómo le dejaba
quemar,
y
respondió: »Yo traeré leña para quemar
á
mi hijo, si fuese
tan malo como vos.» Cabrera de Córdoba,
Felipe
!I,
t.
I, pág.
z¡ó.