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-4-

g e.

t<.ld

y

de gloria, sin que las

embravecida~

oias del mar borrascoso de este mundo, pue

clan detenerla en su marcha triunfal.

Las

pue'l'~

tas del

ir~:fierno

Jamas p1·evalece1·án contra ella·

I;o..., que nos dirijimos

á

la eternidad, sino que·

r emo. naufragar, debemos unirnos á esta Igle–

sia Católica, oir su voz,

y

obedecerla en todo.

En

el siglo

XII

parecía bambolear el célifi–

c io del Catolicismo, bajo ]a influencia de

la

furiosa tempestad ocasionada por las heregfas.

J

e ucristo volvió por la honra de su

Iglesia~

suscitando en ella un hombre extraordinario,

que llevando impresas en

~u

cuerpo las llagas

del Salvador, aplastó las siete 'cabezas

del

dra–

gón infernal de las heregias, puso en derrota

á

los enemigos de Dios,

y

la Iglesia salió gloriosa

y

triunfante. ¿:Mas cómo asi consiguió un triun–

fo tan espléndido? San Francisco de Asis, este

Serafín llagado para llenar la árdua y salvado–

ra

misión que el cielo le confiara, conociendo

la enfermedad de que adolecía la humani–

dad, formuló por inspiración divina su santa

Regla; con us ejemplos y eficaz palabra, lla–

á

multitud de personas que retirá.ndose

á

la soledad de los claustros vi,rieran bajo su

Regla, quienes á su vez

y

coulas mismas armas

avivaron la fe de los pueblos

y

moralizaron sus

co

tumbres quedando así establecidas las Or–

d enes religiosas

l.~

y

2.

~

de San Francisco.

Mas viendo el Santo Patriarca que estas ins–

tituciones no podian estenderse

á '

todas

las

condiciones

y

estados de la vida p-or cuanto