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g e.
t<.ld
y
de gloria, sin que las
embravecida~
oias del mar borrascoso de este mundo, pue
clan detenerla en su marcha triunfal.
Las
pue'l'~
tas del
ir~:fierno
Jamas p1·evalece1·án contra ella·
I;o..., que nos dirijimos
á
la eternidad, sino que·
r emo. naufragar, debemos unirnos á esta Igle–
sia Católica, oir su voz,
y
obedecerla en todo.
En
el siglo
XII
parecía bambolear el célifi–
c io del Catolicismo, bajo ]a influencia de
la
furiosa tempestad ocasionada por las heregfas.
J
e ucristo volvió por la honra de su
Iglesia~
suscitando en ella un hombre extraordinario,
que llevando impresas en
~u
cuerpo las llagas
del Salvador, aplastó las siete 'cabezas
del
dra–
gón infernal de las heregias, puso en derrota
á
los enemigos de Dios,
y
la Iglesia salió gloriosa
y
triunfante. ¿:Mas cómo asi consiguió un triun–
fo tan espléndido? San Francisco de Asis, este
Serafín llagado para llenar la árdua y salvado–
ra
misión que el cielo le confiara, conociendo
la enfermedad de que adolecía la humani–
dad, formuló por inspiración divina su santa
Regla; con us ejemplos y eficaz palabra, lla–
mó
á
multitud de personas que retirá.ndose
á
la soledad de los claustros vi,rieran bajo su
Regla, quienes á su vez
y
coulas mismas armas
avivaron la fe de los pueblos
y
moralizaron sus
co
tumbres quedando así establecidas las Or–
d enes religiosas
l.~
y
2.
~
de San Francisco.
Mas viendo el Santo Patriarca que estas ins–
tituciones no podian estenderse
á '
todas
las
condiciones
y
estados de la vida p-or cuanto