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[ 277 ]

nlcas qu·e ninguna

I.ey

eclesiástica había derogado.

Ultimameqte, hay otras ·libertades que son privile–

gios, inm1midades, ó p9r mejor decir, restricciones

puestas al nuevo código de reservas, respecto de al–

gunas iglesias, y deben conservarse y respetarse en

todo caso ; y mucho mas si son conformes á la anti-

i

gua disciplina, y al espíritu de los cánones de la

,,

ig!e~.i~

.\lniversal. ,

T~~2

esto demuestra la obligacion

que tienen los obispo_s

a

e examinar las leyes pontifi–

cias, de cualquiera·especie que sean, y su de-recho

~e

reclamar á favor de la fé, y de las libertades de sus

iglesias. Quizas trataré en otra ocasioR de dar una

explicacion mas cirqunstanciada y práetica de este

t~sunto :

por ahora me basta haber indicado los prin–

cipios genera les de que me he servido _para dar una

idea sucinta

á

la verdad, pero sincera y exacta de la

santa sede,- y de sus derechos esenciales. Habiendo

escrito esta obra por intérvalos, de mil maneras pis–

traído, y ocupado en otros asuntos y negocios, he

debido incurrir necesariamente en no pocas repeticio–

nes, las cuales si bien pueden perjudicar

á

la elegan–

cia del estilo, tengo para mí que no ofenden

á

la cla–

ridad ; y antes creo que derramarán mayor luz so–

bre el cuad t·o que acabo de trazar. Si me he limita–

do solo

á

presentar algunas nociones generales so–

bre esta materia en provecho de los que no la han

estudiado, es porque los sabios conocen las fuentes

donde

pued~m

beber en abundancia los monumentos

y pruebas que si rven de apoyo

á

mis principios. Ul–

timamente, concluyo suplicando á los enemigos de

esta doctrina que reflexionen como conviene sobre

mis argumentos, antes de tomar la pluma para im–

pugnarlos, ya porque fuera malgastar· el tiempo en

repetir las ya rancias y caducas opiniones, mil y mil

veces refutadas y destruidas en millares de libros,

ya para no ated iar sin fruto

á

las personas instruidas

_y

bien dispuestas.

FIN.