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ceden, sin que la fidelidad secanse
y
sin que la usurpacion
se atreva á alru·gar la mano y dar el último golpe.
Si Pío ÍX habla, en Inglaterra, Francia, Alemania,
Rusia, América, excita un estremecimiento universal,
como si una robusta voz dejase
á
la vez oir sus ecos en
todo~
los confines del mundo.
Si Pío IX enmudece, todos se desazonnn, todos hacen
mil preguntas,
y
los que han encontrado muy sencillo
disponer de él sin consultarlo con él, no se contentan
ni e tán tranquilos con su silencio,
y
se preguntan: ¿Qué
piensa pues el Papa? ¿por qué no lo dice?
¡Abl
Es que la verdad católica ha n1elto á encontrar
su ceo en el fondo de todas las conciencias; del fondo
de todas las nlmas de nuestro tiempo se lcranta una pre–
gunta hasta Jesucristo; todos se inclinan 6 se agitan bajo
su mano divina. Los hay que lo odian; que lo adoran;
que lo aman; que lo detestan; pero todos Jo conocen. Su
nombre es, como decía e11 otro tiempo san Pablo, sobre
todo nombre:
Supu omne nomen,
y
su E\·angelio es la
prinicm necesidad de las almas. Enemigos de Dios, Yos–
otros hubeis sido, sin quererlo, los auxiliares de sus pre–
dicadores; yo doy gracias:\ vuestros ódios que,,¡ ser ne–
cesario,habrían bastado para proclamar
y
hacer resonar
el nombre de mi Señor, Jesucristo, Salvador del mundo.
Nó,
nó;
pobres enemigos cuya influencia es pasajera;
cuando hayais destruido el trono del Papa, no habreis
acabado aun con la Iglesia ni con el Papa.
Pero vosotros, amigos mios, cansados
y
desalentados,
no os dejeis dominar por el abatimiento, ni sorprender
por la ilusion. No coadyuveis al mal bnjo el pretexto de
que Dios puede sacar de él el bien: no dejeis de remar,
aunque Dios puede por sí conducir Ja nave¡ no penoeis
en un mañana glorioso despues de un hoy culpable. La
historia nos enseña que al dia siguiente de las revolucio–
nes no se apela al progreso; bien está que la casa esté
~·f;.ur:~:~.Jf::i~~o t~n~;~!
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ronil, no una prueba fatalista, una fanfarronada mística,
uoa a,l,ucinacion pueril.