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ben lo que dicen. Para di scurrir a sí, es preciso tener
una idea muy baja de l Episcopado; figmarse qne el
cargo pastoral es solamente un empleo honorífico, que
tiene anexa
cier~a
renta y ofrece a l que lo desempeña
ciertos goce1>
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privilegios; imag ina rse, por fin, que
ocupar una Sede episcopnl es algo semejante á la ins–
tala cion en un Ministerio de Estado ó en In presiden–
cia el e una Corte de
J
us1icia . Partiendo ele estos ¡;u–
puestos, enteramente errornos, cabe, en verdad, la re–
nuncia de qu e se habla.
N o sucede lo mismo, si se parte de la verdade ra
idea del Episcopado. Los Obispos sqn los sucesores le–
gítimos ele los Apóstoles,
puestos por el Espíritu Santo
para regir la Iglesia de Dios
(1), y están obligados á
r endir en el Tribunal divino est recha cuenta ele s u mi–
nisterio, de lo que hici ero n en bien
ele
las almas y de
lo que dejaron de hacer, por debüiclad
.ó
respetos· hu–
manos. Sienclo esto así, no se puecle habl a!' de la re ·
nun cia del episcopado, corno si fuera una ca rtera mi–
ni sterial. E l Obispo debe ·reflex ionar, nna y · mi l ve- .
ces, si su proceder será conforme á la D ivina Volun–
tad, entrando en un órden de consideraciones, infini–
tatmmte mas elevadas qu e los in tereses mundanos.
N9 ,
por esto, in tentamos decir que el amor y bien
de la patria no deben tener su parte
Pn
las reso lu·
ciones de un Obispo; so lo afirmamos que es secunda–
rio el lugar que les co rresponde, y qne la conciencia
de un Pastor no puede jamas sacrifi car los intereses
espi rituales
á
los temporalps, tanto mas, cnanto que
la misma fclicidarl de las naciones clepende de l ór–
den gerárqu ico de dichos intereses.
J1.tstitia elevat gen-
tem
(2) .
·
Hechas de raso estas observacioOPs, no vaci lamos
en afirmar que el Dlmo. sefíor
Val !~,
ni puede, ni de–
be renunciar el Arzobispado ele Lima .
Habiendo sido con stituido por el Soberano Pontí–
fice Pastor de esta Iglesia, tiene la mision divina de
[1] ... ;.. Spiritus Sanctus posnit episcopos regere Ecclesiam Dei
Act. Apost. cap. 20, v. 23.
[2] Libro de los proverbios, cap. H, v. 34,
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