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.

que el Papa la concecla, solo se halla f'n la obstinada

v:oluntad de continuar aplicanoo t:ws errores

á

las re–

laciones entre la Iglesia

y

el Estado.

Pn·guntamos: ¿tropezaba Pio 'VII en alguno de es–

tos inconvenientt:s, que son, en realidad, dificultades

invencibles? Ciertamente que no.

Por todo lo expuesto , decimos, en conclusion, que, '

ni la esperanza de un gran bien, ni

el

temo r de un

gran mal, pueden influir en la · Santa Secl e, para que

comprometa los interesPs de la verdarl católica, que

es

1

a vida misma ele la Iglesia.

U ltimamente, la circunsta'i1cia de no haber tornado

el señor Valle posesion de su Sede agrav.a ele tal modo

la SO'Iicitucl del Gobierno, que apenas se concibe co·

mo se ha creido posible su favorable df' spacho. E l Go–

bierno ha desohedecirlo gravemente lá autoridad del

P apa , oponiéndose al cumplimiento de las Letras

Apostólicas

é

impidiendo al Arzobispo de Lima la po–

sesion de su Sede; esta ofensa está viva

y

no se

de~

muestra que haya voluntad de repararla; precisamen–

te , porque se la quiere mantener,

S('

acredita una mÍ·

sion en Roma, siendo ella el argumento principal de

que va armado el negociador peruano; y, esto no ·obs–

tante, se pretende que el Papa sancio"ne la desobe–

diencia, ag radezca la ofE)nsa y coopere efica¡;;;mente

á

su consumacion

irn~¡5arable.

Recapitulando todo lo dicho, creemos haber demos–

trado:

1?

que la Santa Sede no puede acceder á la

peticion del Gobierno, sin men"gna de su dignidad; 2°.–

que tampoco puAde acceder, porque comprometería la

integridad de la doctrina católica; y 3° que ningun pre–

cedente histórico abre el camino para una concesion

semejante.

Sabemos muy bien que este ultimo punto necesitaría,

para quedar bien probado, una disertacion histórica,

en qu e se estudiasen los pocos hechos, que nos ofrece

la historia de la Iglesia; pero, indudablemente, -esta

tarea corresponde

á

los que quieren buscar en los ana–

)es eclesiásticos argumentos que los favorezcan .

Lo que nosotros podemos y debemos afirmar es que

no so encontrará, en toda la hi storia de la Iglesia, un