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DE LA

A

UTORlDAD DE LOS OBISPOS.

1. Habiendo considerado al Romano Pontífice en lo que tie–

ne de singular

y

propio suyo, veamosle ahora por el aspecto que

le iguala á los demas obi pos, por serlo tambien. Cualquiera que

fuese el rango de algunas Sedes,

y

los

tulos

y

distinciones, con

que habían sido decorados los que las ocupaban, todos se denomi–

naban de la propia manera,

y

con el mismo nombre-"Obispo de

Alejandría-Obispo de l_a Iglesia de Antioquia-Obispo de

la

Iglesia de

J

erusalen-Obispo de

la.

Santa Iglesia. Católica de la

ciudad de Roma." Cuando los mismos Emperadores querían

dar á los fieles señales seguras de la

que debían seguir,indicán–

doles

á

los Pastores mas distinguidos de la Iglesja, si empleaban

en su lenguaje alguna nota de distincion, era la que nacia del méri–

to personal de los obispos; de lo que tenemos un ejemplo en la lei

de Graciano, Valentiniano

y

Teodosio, quienes para inclinará los

pueblos, á que profesasen la. religion que el Apóstol San Pedro

había predicado á los romanos

1

les decían, que esa religion era "la

que seguían el Pontífice Dámaso,

y

el Obispo Pedro de

Ale~an­

dría, varon de santidad apostóli ca." Por eso, el Padre S. Geró–

nim©, al esponer al presbítero Marcos la profesion de su

fé,

por

la cual le tachaban otros de sabeliano, respondía: "condenenme si

quieren por hereje, juntamente con el Occidente

y

el Egipto,esto

es, con Dámaso

y

Pedro."

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