NOVIEMBRE. DIA XII.
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di6 en el escollo de la vanidad. Supo ser sabio sin ser or–
gulloso. Su modestia derramaba en su sabiduría cierto res–
plandor, que le h cia brillar mas. Consagró su erudi–
cion , consagrándose él mismo
a
los altares. Profesaba
a
la verdad aquel vi o amor que está pronto
a
derra–
mar la sangre, quando es necesario, para defenderla, no
deseando vivir sino para
J
u-Christo; pero como la divi–
na providencia le tema de tinado para el gobierno de su
Iglesia,. le dilató la corona del martirio,
a
fi n de que la
mereciese con sus trabajos
y
con el exercicio de la pa–
_ciencia. H1biendo mue rto el papa Teodoro,
fué
colocado
San Martin en
e~
trono pontificio por unánime consentimien–
to de los votos. Llt!nó de gozo al emperador, al senado
y
al pueblo una eleccion tan juiciosa; gus tando ya anticipa–
damente la felicidad que todos se prometian en el gobier–
no del nuevo pontífice de Jesu-Christo. No se engañá–
ron : tenia entrañas de verdadero pastor para con to–
das las ovejas que el Señor babia puesto, por decirlo as1,
debaxo de su cayado. Era dilatado el seno de su caridad ,
y
en él hacia lugar
a
todos. La liberalidad le abria las manos
para regar la necesidad, haciendo que corriesen al seno de
los pobres los bienes que Jesu-Christo le babia confiado '
para aliviar sus miserias. A los buenos reUgiosos los mi–
raba con ternura,
y
recibia con admirable agasajo
a
los
eKtrangeros. Des pues de haber ayunado todo el dia , de–
dicaba
a
la oracion gran parte de la noche. Procuraba
enderezar
a
lo que se descaminaban ,
y
quando los veía
reconocidos
y
arrepentidos de sus defectos los consolaba,
asegurándolos la misericordia del Padre
~eles tial ,
que no
quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta
y
vi–
va. Era un
perf~cto
retrato de Jesu-Christo , oberano pas–
tor de nuestras almas. Gozaba entónces la Silla apostólica
de mucha paz,
y
los fi eles descansaban
a
la sombra de un
padre comun tan caritativo-; pero los hereges excitáron una
tormenta tan deshecha, que hubiera corrido peligro de nau–
fragar la fe de aquellos,
a
no gobernar la nave un piloto tan '
diestro como vigilante. Confu odian los monotelitas las ope–
racione en Chri to , defendiendo que no habia en él mas
que una sola voluntad; sin rendirse
a
creer que en quanto
D ios tiene voluntad divina ,
y
en quanto hombre una vo–
l untad humana. Había publicado el emperador Constan-
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·
te