DE VOTOS.
so partido , el que en poco tiempo vino
á
parar en
Dia
XI.
una sedicion
y
tumulto, en que hubo
137
personas
muertas, sin que el Papa tuviese en ello la menor
parte , ofreciendose de todo corazon
á
renunciar el
Pontificado, si era necesario para aplacar estas tur–
baciones. Pero Juvenco, PrefeB:o de Roma, envió
desterrado
á
Ursicino ,
y
á
los Diáconos Amancio
y
Lupo , sos principales favorecedores; con lo -que
San Dámaso quedó tranquílo en su Silla. Mas no
duró mucho la calma. Los del partido del Anti-Papa
no cesaban de importunar al Emperador Valentinia-
no, para que mandára que se levantáse el destier-
ro á aquel cismático. EL Emperador, demasiado fá-
cil, consintió en ello; pero no bien había llegado
á
Roma
U
rsicino, quando comenzó
á
alborotar mas
que antes ; lo que obligó al Emperador á dester-
rarle , d
s
meses despues,
á
las Gálias, con todos
sus adherentes;
y
con su destierro quedaron en paz
la Iglesia
y
el
Estado.
Aunque
la
severidad de
la
disciplina Eclesiástica
que el Santo Papa hacía guardar en la Iglesia, hu–
biese dado ocasion al cisma; el Papa no afl xó en
nada de su justa rigidéz, especialmente tocante
á
la
prohíbicion que se habia intimado á todos los
E
le–
si ' stic s
y
Relígiosos , de meterse en las casas de
las
v iud
s,
y
en
las
de
las
d
ncellas huérfanas,
y
de recibir algun don de 1 s m?Jgeres que dirigian. El
Emperador había autorizado esta prohibicion c n un
ediét
,
y
el Santo Papa tenia un gran cuidado de
hacerle bservar sin dispensa.
P r este tiemp , e
t
es, el añ
s69
ó
el
370,
juntó San Dámaso en Roma un Concilio de much s
P
~
Obis-