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SEnoR
NUE.sTRo.
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11
executar lo que pedía el Emperador, por
no que-
da ser pre.venido de nadie en sus decisior
,
o
mas
bien , porque
el
mismo J esu-Christo no quiso permi–
tir, que su nombre se viese mezclado con el de aquellas
divinidades paganas. Lo cierto es , que T iberio pro–
puso
que
se le hicieran
a
J esu-Christo
los
honores su ,..
premos ; lo que prueba, dice
Tertulian~
, quan in–
contestables son
los
mi lagros que hizo
J
esu-Christo,
y
la
impresion que hacían hasta en el espíritu de los
Pa~
ganos.
Lampridio , es garante de la
v~neracion
profunda
en
que tenia
a
Jesu-Christo;
el
Emperador Adriano.
Este Príncipe intentó eri g irle altares,
y
ponerlo en el
número de sus Dioses: hizo edificar Templos en todas
las Ciudades, sin poner en ellos ningun ídolo , dice
el
Historiador;
y
si el proyeB:o ·se quedo sin executar,
fue, añade Lampridio, porque consu ltados los Orácu–
los, respondieron que si se executaba este designio,
todos los antiguos ·Dioses quedarían mudos,
y
toda
la
tierra se haría christiana antes de mucho tiempo. To–
dos estos hechos son positivos.
El
Emperador Alexan–
dro Severo embelesado de tollo lo que había oído de–
cir de J esu- Christo, lo colocó
en
un Oratorio domés–
tico ,
dice Lampridio; y estaba tan encantado de su
doétrina , que hizo publicar por un Rey de armas
ciertas m:.ximas del Evangelio,
y
las hizo grabar en
las obras públicas ,
y
hasta en su gabinete y en su
al- .
coba ; queriendo que hasta su Palacio se las pusiera
a
toda hora delante de los ojos.
Y
si no obstante
la
esti–
macion
y
veneracion
que
profesaban
a
Jesu-Christo .
estos Príncipes , hubo Martires durante su Reynado,
esto era
efeét:o de la preocupacioa supersticiosa de sus
Pue.