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i7z

EX!:iRCICIOS

IV.

DoM.

mañana

se ve

á

nivél

con

lo mas baxo dd pueblo.

Por mas precioso que sea el metal de que se ha

fa–

br·icado la estátua, sus pies siempre son de barro.

Los árboles empinados

y

copudos no tienen que

temer

á

las solas tempestades; un despreciable

gu~

sanillo es capáz de hacerlos secar. No

hay

condi–

cion en el mundo

que

esté al abrigo de las tempes–

tades; ninguna tampoco que envejezca en su pri–

mer lustre ; la continuacion de las prosperidades se

mira como ·un prodigio siempre raro;

y

naJi e en

el mundo es perfeél:amente fdíz.

¡

Q Jé v:i ri:icion

dé días y de estaciones! Los nublados succeden

á

la

sé"renidad ,

y

las tempestades

á

la calma ; no es

menor la inconstancia que se

exp~rimenta

en el co–

razon

y

en

el espíritu humano. Hoy se est.í en el

favor, se agrada , se triunfa, todo es aplausos ;

un

día 'despues

ya

no es del gusto del amo , se le desa–

grada. ¿Es esto acaso por falta

de

buen:is prendJs

y

de mérito

?

No por cierto; el mismo hombre

sigue

el

curso de la rueda sobre que se apoya.

¡

Qué

de revoluciones en las condiciones , en los estados,

en las familias! Pocos Valídos hay , que no en–

cuentren días

crítico~n¡nguno

que no esté

q.me

nazado de alguna

desgr~cia.

¿

Quántos son los que

mueren en la privanza y en

el

favor del Príncipe?

¿

Quántas veces se estrella uno quando tiene mas

de'seos de subir? La mudanza es el cará :l:er de

lo'

que se;llama mundo. Por mps que se haga , por. mas

. que se

di·sc~rra

, nadie en el

s~rvicio

del mu_?do

es capáz de fixar su fortuna

y

su fdicidad. Este

secrem

no

se encüentra sino en la escuela de

J

esu–

Christo ; solo le enseña la

ci~ncia

de los S:.mros.

Dios