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nuestros predecesores, aplicaron todo su desvelo no solo

á

cortar con la espada de

la excomunion los venenosos renuevos de los errores que iban brotando, sino iam–

hi en

á

arrancar ciertas opiniones que se introducian, y que por la viciosidad

impediriaa en el pueblo cristiano el mas copioso fruto de la fe,

ó

que por próxi–

mas

á

error podrian inficionar las almas de los fieles. Luego pues que el santo

Concilio de Trento condenó las heregías que por aquellos tiempos intentaban

ofuscar la luz de

Ja

Iglesia, y ahuyentadas las nieblas de los errores puso mas

en claro las verdades católicas, considerando los mismos predecesores nuestros

que aquella sagrada Congregacion de toda la Iglesia babia procedido con tan

prudente acuerdo

y

tal moderacion, que se abstuvo de reprobar las opiniones

que estaban apoyadas con autoridades de doctores eclesiásticos; determinaron-,

segun la mente del mismo santo Concilio, que se compusiese otra obra que abra–

zase toda aquella doctrina en que los fieles deben ser instruidos,

y

que estuvie–

se muy limpia de todo error. Por esto dieron

á

luz este libro impreso con el tí–

tulo de

Catecismo romano,

haciéndose en ello dignos de alabanza por dos partes:

ya porque encerraron en él aquella doctrina que es comun en la Iglesia , y que–

está muy lejos de todo peligro de error; y ya porque la expusieron con pala–

bras muy claras, para que públicamente se predicase al pueblo. De este modo

guardaron el precepto de Cristo Señor nuestro, quien mandó

á

sus Apóstoles

predicar á las claras lo que les hahia dicho en tinieblas, y pregonar en público

lo que habian oido en secreto.

(Maith.

1

o.) Y así tambien obsequiaron

á

su Es–

posa la Iglesia cuyas son aquellas voces:

Muéstrame donde reposas al medio

dia. (Cant.

1.)

Porque donde no fuere medio dia

y

tan descubierta la luz que

se conozca clara la verdad, fácilmente por ella se admite la mentira por la se–

mejanza que con ella tiene; pues en tinieblas con dificultad se distingue una de

otra. Sabian muy bien que hubo ántes y que habria despues quienes convida–

sen

á

los que pacian, y que les prometiesen pastos mas abundosos de sabiduría

y ciencia, á los cuales seguirian muchos por ser mas dulces las aguas bebidas

á

hurto y mas sabroso el pan escondido.

(Prov.

9.)

Pues para que la Iglesia no

anduviese engañada vagueando tras los rebaños de sus compañeros yendo ellos

perdidos, como no afianzados en certidumbre alguna de verdad, siempre apren–

diendo y nunca llegando

á

la ciencia de la verdad; (

2

Tim.

3.) por esto propu–

sieron ea el Catecismo romano solo aquellas cosas que son necesarias y muy úti–

les para la enb--eíbnza del pueblo cristiano explicadas con toda claridad

y

distin–

cion.

Pero este libro compuesto con no pequeño trabajo

y

estudio, aprobado por

consentimiento de todos

y

recibido con sumas alabanzas, ya en estos tiempos

casi le arrebató de mano de los pastores el

amor

de la novedad, aplaudiendo ya

otros catecismos, que en manera ninguna se deben comparar con el romano.

De aquí nacieron dos males. Uno, haberse como desterrado la uniformidad en

un mismo método de doctrinar: y con es to se dió

á

los pequeñuelos algun gé–

nero de escándalo por parecerles q_ue

no

vivían ya en ti erra de una lengua y

de unos

mi~mos

sermones.

(Genes.

11.)

Otro, que de estos varios

y

diversos mo–

dos de proponer las verdades católicas, nacieron contiendas,

y

por la emulacion

de decirse uno seguidor de Apolo, otro de Céfas

y

otro de Pablo, di visiones

de ánimos y discordias grandes; y no alcanzamos pueda haber cosa mas perju–

dicial que la amargura de estas dise nsiones para menoscabar la gloria de Dios,

ni mas calamitosa para destruir los frut os que los fieles deben percibir de la

doctrina cristiana. Por tanto, para cortar alguna vez estos dos males de la Igle-