gusto de ver mi traduccion concluida, sino ademas el no esperado honor de ver–
la preferida
á
otras que tambien se habían presentado
á
la respetable censura
del supremo Tribunal de
1a
nacion, honor que n6 puedo atribuir fundadamente
sino
á
las promesas hechas en las santas Escrituras
á
los que obedecen con hu–
mildad
y
sencillez de corazon,
y
á
la docilidad con que he deferido
á
los varo–
nes doctos, que habiendo
visto.mitraduccion, se sirvieron comunicarme sus re–
paros,
y
cuanto su instruccion
yprudencia les sugirió capaz de corregirla
y
me–
jorarla.
Tambien parece justo dar cuenta del método que he observado en esta tra–
duccion. Ante todas cosas he atendido con el cuidado mas religioso
á
que mi
version sea exacta
y
fiel. En el catecismo romano lo altísimo y di vino de la ma–
teria que trata, ofrece ya muy grande dificultad para acertar
á
declararla en
cualquiera lengua. P ero fuera de esto hay dos cosas que hacen dificil su traduc-
. cion : una los 111uchos pasages y lugares de la sagrada Escritura, santos Padres
y
escritores antiguos de que está entretejido: otra la hermosura , propiedad y elo–
cnencia de su len gua
ge
y
estilo. En cuanto
á
lo primero he procurado trasladar
á
nuestra lengua no solo el sentido, sino las mismas expresiones
y
el aire de
ellas. Y rleseoso de no desfigurar las frases propias de tan venerables Maestros,
y
singularmente las de la santa
Escritura~
cuando las he encontrado traducidas
ya en castellano por respetables escritores de nuestra nacion, mayormente por el
venereble Fray Luis de Granada, he hecho gloría de imitarlos
ó
mas bien de
copiar sus palabras.
En cuanto
á
lo
segundo, que toca al estilo, he pro..:urado usar los modos de
hablar
y la
voces propias de nuestra lengua sin desdeñar algunas que usaban
nuestros mejores escritores del tiempo en que se escribió con mayor perfeccion;
pues aunque hallándose fuera de uso y casi olvidadas para no pocos genios ami–
gos de la noverlad, reprobarán acaso estos mi conducta, es de mucho mayor pe–
so en mi estimacion la aprobacion que espero le darán los sabios, que como jus–
tos conocedores de la verdadera gracia
y
propiedad de la lengua, aman aun aquel
olor de antigüedad que
á
los otros fastidia. Con este mé todo y diligencia he pro–
curado, ya que no podia aspirar
á
la imitacion de la singular elegancia del texto
latino, qu e
á
lo ménos no desdijese el traslado de la dignidad del original. En
todo caso me quedará el consu elo de no haber omitido la menor ciiligencia para
desempeña r la b iga cion en que me constituyeron mis superiores,
y
contribuir
por mi
~arte
á que la inteligencia
y
uso de este catecismo se haga tan general'
como qmso
y
deseó el santo Concilio Tridentino.