nología de la edición de
Los Comentarios,
de la Universidad
Inca Garcilaso
(2007).
Hemos seleccionado,
y
de preferencia,
pasajes de ambos libros, ora de
Los Comentarios Reales,
ora de
la segunda parte publicada bajo el título de
Historia General
del Perú,
aquellos en que el Inca es testigo de vista. La frase
clave en nuestra pesquisa ha sido, pues, «alcancé
y
vi por
mis ojos». Entre otros muchos pasajes coloquiales, sinceros,
indiscutibles, de quien pudo escribir para la posteridad, «v i
muchas cosas . .. las cuales contaré diciendo lo que vi» (Libro
Primero, Capítulo XIX).
Ahora bien, un prólogo se hace para confesar intencio–
nes y para pagar algunos débitos. Tenemos uno, inmenso.
Tomamos la edición de
1959
como base,
Los Comentarios
Reales de los Incas,
editado por la Librería Internacional del
Perú, S.A. y que lleva prólogo de Aurelio Miró Quesada, y
por tres confesables razones. La primera, porque guarda la
ortografía inicial, o en todo caso, no se la ha modernizado.
El castellano, como sabe cualquier estudiante de filología no
ha variado tanto desde el «recuerde el alma dormida, avive
el seso
y
despierte, contemplando» de Jorge Manrique, a
nuestros días. Cierto, cambios han habido, pero no tantos,
menos que en la estructura gramatical de lenguas como
el francés o el inglés. En todo caso es política de esta casa
de libros, la BNP, publicar los textos clásicos tal cua l, dentro
de lo razonable. Como no tenemos clásicos de la época de
Gonzalo de Berceo, o de poesía juglaresca, nuestra tarea
es sensata, en otras palabras, el castellano que nos llega
no es el del Marqués de Santillana
(1398-1450).
La segunda
razón es que sigue siendo, a nuestro gusto, esa edición de
1959,
la mejor. Porque sencillamente reúne los dos libros,
Los
Comentarios
y
La Historia General del Perú,
en otras palabras,
la obra que trata de los Incas
y
su continuación, la que trata
de los Conquistadores.
La tercera razón es el prólogo mismo de Aurelio Miró
Quesada . Confesamos que no hubiese sido pos ible la se–
lección de textos que el lector tiene ahora en la mano, sin el
trabajo, prolijo, amoroso, detallado de ese gran garcilacista.
Más claramente, en ese prólogo, que por lo demás t rata de
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