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y
de los animales domésticos. Los más
civilizados hacen mayor consumo de carne,
leche, verduras y fnttas; los indios, en cam·
hio, se satisfacen con una alimentación en
base a papas, chuño, quinua, charque, ce–
bada en grano retostada, a veces maíz, y
luego el
pito
de cañahua y la coca, de que
son grandes consumidores. Últimamente,
algunos núcleos indígenas han renunciado
al uso de la coca y el alcohol, gracias a la
influencia de pastores protestantes, ameri–
canos o irlandeses, que simplemente con su–
primir las festividades religiosas católicas
y reemplazarlas con prácticas de culto y
descanso obligatorio durante los sábados,
prestan un gran servicio a los indígenas, a
la vez que los alfabetizan y enseñan a vivir
con higiene y moderación en las costumbres.
Bajo esta misma influencia y por un mayor
contacto con la civilización (servicio mili–
tar, escuelas, trabajo en las minas y obras
viales, frecuentes visitas a la ciudad), la
frugal subsistencia del indio va siendo pau–
latinamente modificada, y hoy muchas fa–
milias indígenas no pueden ya prescindir
de alimentos como pan de trigo, arroz, azú–
car, té, ciertas conservas de pescado, frutas
y bebidas como la cerveza, refrescos, etc.
Ello demuestra la aptitud de esta raza de
poder asimilar fácilmente las costumbres de
los blancos, aunque su complejo espiritual
siga siendo un enigma y permanezca cerra–
do al examen psicológico de los extraííos.
Por lo general, el indio aymara de esta
provincia es de mediana estatura y de cons–
titución física vigorosa y resistente para los
trabajos más dmos; es infatigable para
caminar, y sus jornadas de viaje alcanzan
fácilmente 60 ó 70 Km., llevando un peso
de 30 Kg. o más sobre sus espaldas, sin de–
notar el menor cansancio. Su vestimenta es
de lana tejida por él mismo; el poncho,
el
gorro y la infaltable bufanda de lana, de
colores vistosos y bien combinados, los debe
al arte de su mujer o de su madre. Empero,
desde hace pocos años, parece inclinarse en
sus preferencia a la telas y casimires bara–
tos, de fabricación nacional o importados,
y a los trajes cosidos "en serie" por los ne–
gociantes judíos e indígenas que han multi–
plicado sus puestos de venta en los barrios
apartados de esta ciudad. Así va desdibu–
jando el indio su interesante personalidad
típica y confundiéndose, cada vez más, en
el montón gris y anónimo de la chusma
suburbana, viciosa y descreída, que pulula
en los alrededores de La Paz.
La vivienda indígena de la provincia no
se diferencia en nada de la de los poblado–
res de la altiplanicie andina, desde Puno y
J
uliaca en el Perú, hasta el norte argentino.
Son casitas de adobe, de figura rectangular
(sólo por Umala las hay de forma cónica),
con techumbre de paja mezclada con greda
y fuertemente liada a la empalizada por me–
dio de cordeles de paja trenzada o de cuero
de res. Estas casitas cuentan por lo general
con tres o más piezas, un patio, su cocina
y uno o más corrales para los animales.
Desde luego, un aprisco para las ovejas,
pues el "guano" de éstas, mezclado con
el
de las llamas, es un excelente abono para
las sementeras. A veces, las casas se agru–
pan en poblados de cierta importancia, que,
vistos a la distancia, semejan pequeñas ciu–
dades, con su infaltable iglesia y su cam–
panario sobre la plazoleta cubierta de pasto
natural. Pero lo general es que las vivien–
das indias se hallen a considerable distancia
unas de otras, como dando a entender que
sus dueños desean vivir en completa inde–
pendencia, lejos de las miradas curiosas de
los vecinos.
En cambio, las poblaciones mestizas pre–
sentan un aspecto desde luego atrayente,
edificadas todas siguiendo un mismo patrón
impuesto por el conquistador o colonizador
español. En primer lugar, se ve una gran
plaza cuadrangular, con su pileta en me–
dio; la iglesia parroquial y la imponente
torre a un costado, junto a la vivienda del
párroco; luego, las casas de los principales
vecinos en los demás costados de la plaza y
calles adyacentes, cada una con su enorme
patio colonial y las habitaciones distribuí–
das al contorno. Generalmente estas casas
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