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"cañazo" o licor de caña. Pero, aunque ca–

paces de soportar las fatigas en esa acci–

dentada y cálida campiña, no son muy

aptos para la agricultura.

El segundo tipo, el hombre de la selva,

era primitivamente el salvaje de la tribu de

los

Mosetenes,

que desde antiguo tiempo do–

minaban los bosques adyacentes a los ríos

Coroico, Bopi, Cotacajes y Alto Beni, llevan–

do vida nómade, cazando y pescando. Era

polígamo y creía en un Dios llamado

lnga,

confuso en sus dones y obras, "a cuya pre–

sencia van los hombres cuando mueren, con

sola distinción que los hombres flecheros

y

buenos cazadores, y las mujeres hilanderas

y hacendosas, residen en la presencia de él,

gozando de su amable compañía, y los que

· no tienen estas cualidades, van a otro lu–

gar, privados de su trato y comunicación".

Ese salvaje se ha civilizado, por obra de

los Padres misioneros que, desde 1696, le

enseñaron el sistema de gobierno, la lectu–

ra y escritura, el cultivo de las tierras, el

trabajo en las artes simples y, ante todo,

la moral y el culto religioso. Sin embargo,

su vida debe seguir amoldándose a las ca–

racterísticas de estos lugares remotos, des–

vinculados~

fértiles, boscosos e inclementes.

Desde pequeño, aprende a disparar flechas

muy certeramente y sacarlas del carcaj a

razón de una por segundo, para

~star

pre–

venido siempre contra los ataques súbitos

de una fiera, que si él no la percibe por un

peculiar olor, la descubre por un simple

rastro, insospechable para el profano. Se

especializa en orientarse dentro del bosque

en cualquier momento y es hábil para tre–

par árboles y nadar en los ríos. Cura sus

dolencias con hierbas, que, a veces, pare–

cen tener mejor valor que las modernas

drogas. Debe subsistir, protegiéndose con

su instinto y habilidad semejantes a los de

la fauna que lo rodea, porque lo contrario

implicaría su extinción rápida, como tam–

bién sucumbiría allí el hombre civilizado

que, creyéndose superior por cultura, des–

oyese los prudentes consejos de los natu–

rales.

Tiene a su disposición abundante pesca

y producción variada; no necesita trabajar

mucho para alimentar a toda una familia.

Por ello es indolente y despreocupado. Le

bastan un cerdo, unas gallinas y un peque–

ño trecho cultivado. Ignora casi el valor del

dinero, no sirviéndole sino para adquirir

un poco de ropa, útiles de labranza y cier–

tos alimentos que no existen en su medio,

particularmente la sal. Para realizar este

intercambio, los indios mosetenes salen de

las misiones de Covendo y Santa Ana ha–

cia el mes de mayo, remontando el río

Bopi desde Huachi, llegan con sus balsas

hasta el Miguilla, a seis leguas al sud de

Irupana, y vuelven en junio, una vez que

se han presentado en la ciudad de La Paz.

Sus balsas consisten en una hilera hori–

zontal de palos muy livianos llamados

cagibere,

amarrados con fibras vegetales,

para hacer una plataforma y colocar enci–

ma una especie de mesa de palos, sobre

la cual van pasajeros y carga sin mojarse

en la travesía. Durante la bajada hacia

Huachi, los nativos no encuentran gran di–

ficultad, puesto que han sido siempre los

amos de estas aguas rápidas y son muy há–

biles para salvar los remolinos y los tres

bancos de piedra que aquí existen, el

San

Fernando,

el

Charía

y el

Cinco,

no recor–

dándose que alguien haya zozobrado en el

último s,iglo. Pero cuando suben hacia hu–

pana, como la corriente es impetuosa, el

único medio es llevar las balsas arrastra-

Plaza de la población de Yanacachi.

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