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EL PELIGRO DE LA ALTURA

E N L A P A Z

por

C A S T O P 1 N 1 L L A B.

D

E~DE

que se trató

p~r

primera vez del

"mal de montaña ', y de esto han

corrido muchos años, el común de

las gentes ha ido formándose de él una

idea cada vez más hipertrofiada hasta con–

vertirla en una concepción capaz de i.nfun–

dir poco menos que pavor aún en el ánimo

de los espíritus mejor templados. Hay que

reconocer que tal resultado ha sido produc–

to, en mucho mayor proporción. del incon–

tenible vuelo de la fantasía popular antes

que de las investigaciones científicas.

La consecuencia de esta manera de pen–

sar es la de que a los hombres que habitan

las regiones altas de la tierra se los consi–

dere como dotados de extraordinarias cua–

lidades físicas, casi tan especiales como

las que tenemos que imaginar para los su–

puestos habitantes de Marte. Y tan grande

ha debido ser la fuerza de esta corriente

de opinión que hasta en los hombres de

ciencia, biólogos y médicos, ha provocado

cierta prevención o por lo menos una pru–

dente reserva ·acerca de la posibilidad de

que el hombre pueda vivir impunemente

en la altura, sobre todo cuando allí se tras–

lada desde el llano o la costa.

Han sido éstas las razones que nos han

movido a hacer las presentes consideracio-

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nes con respecto del peligro que para la

salud pudiera entrañar la altitud de La

Paz. Hacemos la salvedad de que ni remo–

tamente pretendemos negar la realidad de

la existencia del "mal de montaña" o "mal

de altura", entidad patológica perfecta–

mente individualizada e indiscutible como

hecho evidente. Lo que simplemente que–

remos es analizar desapasionadamente,

fríamente, como corresponde hacerlo en

problemas científicos, la posibilidad de

que este cuadro morboso se presentara a la

altura a que se encuentrB; La Paz, ciudad

incluída en la "lista negra" de

quiep.es

juz–

gan "a priori" que aquélla es lo suficien–

temente considerable para ello.

En este sentido, nos parece innegable la

influencia que han tenido los estudios he–

chos en Europa, fuente de nuestra actual

cultura, los que han sido aceptados casi sin

comprobar si son igualmente aplicables en

todas partes. Por tal motivo, tenemos la

convicción de que bien vale la pena hacer

una comparación entre ciertas característi–

cas geográficas de aquel continente con las

del nuestro y, más concretamente, con las

de La Paz.

La Paz tiene un clima seco, continental.

Por datos tomados del Padre Pedro Des-