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H U A I R A P A M U S H -C A S

Tenían andado buen trecho, cuando Marcillo, con su gesto

de otear

el

horizonte alzándase sobre los estribos, pescó la noticia

ambicionada:

-¡Ave María! Creo es la manada, patroncito.

-¿Dónde?

-Abajo. Entre los picos de piedra.

-¡Sí!

-¡No! -opinó con risita nerviosa el ex-mayordomo, subastan-

do a las claras su culpa.

-Desde las rocas se ha de ver mejor, patroncito.

-¡Vamos!

-Hay que correr para adelantar a

la

niebla.

-Sí.

Ya está llenando otra vez las laderas.

Al ll:egar Gabrioel al recodo que forma e1 div·01-cto de dos

cerros, recorriendo con ·ojos enardecidos el retazo de la hondona–

da descubierta por Marcillo, exclamó:

-¡Sí! ¡Son reses! ¡Se mueven!

-¿No le decía, su merced?

-¿Cuántas? ¿Cuántas serán?

-Manada grande parece. Más de cuatrocientas

han

de ser,

patroncito. Sería

de

acercarnos más para calcular mejor.

-Vamos.

-¿Por 'dónde también se bajará, pes?

-¡Isidro!

-Mande, patrón.

--Guíenos hasta donde están las reses .

-Acaso

conozco .

-¡No venga ahora a hacerse

el

pendejo, carajo! ¡Ya mis-

mo! -ordenó Gabriel fulminandó al cholo con una mirada de

odio

y

repitién<h>se para sus adentros: "Hijo de puta. Yo sabré

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