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A

¡Quiere meternos en el resbaladero que cayó el taita! ¿Por qué'!

Si guarda venganza se la cobra al cholo. A Isidro que fué testigo.

El lo dijo claramente: "Yo conozco una cueva"

¡Una cueva! Ha

venido otras veces por estos lados.

¡Muchas!

¡Estoy en buena

pista! Si no quieren seguirme los vaqueros les doy bala.

¡Bala!

¡Pum...

Pum ...

!

¡Cuarenta

mil

sucres!"

La mañana, con esa mutación frecuente en las cumbres, ama–

neció apacible, llena de perspectivas, de tibieza amiga en

el

sol,

de gi·uñir burlón en el viento, de transparencia profunda en el

cielo.

-¡Síganme! -propuso Gabriel a la tropa de vaqueros que

arreglaba perezosamente los lazos,

las

monturas, los ponchos de

agua, los frenos

y

las alforjas.

-¿Eh?

-¡Sí, vamos! -cQntinuó montando con agilidad extraordi-

naria, en deseo, sin duda, de no ser objetado.

-P~ro,

patrón.

-¿Qué?

-Yo tengo que regresar, pes -anunció Isidro con gesto du-

bitativo.

-Será cuando yo ordene.

-Es

que

mi

trabajo.

-Su trabajo por ahora es entregar

tod'O

lo que se le ha confia-

do.

-¿Confiado?

-¡No discuta! Si no quiere ir por las buenas irá por las malas!

-chilló el amo echando mano

al

revólver.

-Vamos no más pes,

Isidr~

-intervinieron los vaqueros en

tono mediador y un tanto resentido ante el gesto violento de Ga–

briel.

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