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del Señor, dándolos a conocer con los escasos da–
tos qne de ellos hen1os podido reunir.
Parece
que una
vez tnás
se cumpliera entre no·
sotros el
n1an<lato
de nuestro Santo
17unuador
S.
I)ed ro No lasco que hasta en la
hora
de su
n1uerte
no se
cansaba
Je ordenar a sus hijos:
"esconded
hasta los
huesos de
nuestros hern1anos que mue-
. ran en olor de santi<iad". (
1) Sin
e1nbargo procu·
raretnos
desenterrar
del polvo del. olvido el recuer–
do venerando de esos hotnbres de i)ios. varones de
virtudes
exi111ias
que en el
r-etiro
de Huanca,
1110.
desta
y
silenciosa 1nen te, ejercieron su voto de re–
d en e
i
ó
n de la
doliente hu
111
anidad.
Sólo
Dios sabe
de
su apostolado:
e~
lo que
1n1-
porta que sus obras esten
escritas
en el 11bro de la
-vida. Nada se pierde
con
que los hon1bres las
ig–
noren.
En
nuestra carrera de n1édicos
de las
almas
saben1os
de
111uchos
enfern1os del espíritu que er.–
con traron la tranquilidart que buscaron inntil-
1nente
muchos años
y
de la
que
tanta necesidad
tenían sns corazones, en sus conversaciones con
aquellos solitarios de los pefiascos de Huanca.
Con
frecuencia
desde ]as ventanas de nuestra cel–
da que do111ina Ja quebrada del Vilcanota,
ve
mossubir por la ruta escarpada
y
pedregosa, a más
e.leun
peregrino,
qüe
jadeante
y
apoyado en
su
h
as–tón,
se detiene de trecho en trecho
y
contempla
con tnirada cariñosa los blancos n1uros del
San–
tuario. Al día siguiente por la mañana, en la Mi–
sa, ese
mis1no
peregrino recibe la
Sagrada
Comu–
nión con el
rostro
inundado en
Jñgri111as
de
grati–
tud, después de h_aher vaciacio la noche anterior,
en el tribunal de la
penitencia,
el fardo
del
dolor
que lo
agobiaba.
Es una pesca n1ilagi-osa que ha caido en las re·
[ l] Vid a <l e San P@cho
Nolasco.