ENRIQUE LOF'EZ f\LBUJf\R
tán. Y así hasta al pueblo. Aq nello se con–
virtió en una ronda inten11inab le, sólo inte–
rrumpida, a cortos intervalos, por las lentas
y
silenciosas m::t ticaciones de la
catipa.
Y
habrían continuado así toda la noche, ha ta
que en el fondo de la última tinaja hubiese
comenzarlo a rascar el jarro insaciable, i
una vocería atronadora, rociada de de. car–
gas, salida de repente de las inmediacinnes
de la plaza, no hubiese repercutido fatídica–
mente en el corazón de los chupanes.
-¡Obasinos! ¡Obasinos!-llegó dieiendo
un hombre a gré\ndes gritos-. El
Chuqui
viene con ellos . He conocido su
\IOZ.
El alcalde blandió su vara, indicó con
ella una dilección en la sombra
y
exclamó:
-¡Perros del demooio! Les beberemos
la sangre ¡A coger las carabinas!
A esta voz, todos comenzaron a correr
en distintas direcciones. Pero una avalan–
cha como de cien jinetes, desaforada, torbe–
llinesca, rugiente, incontenible, invadió la
plaza por sus cuatro bocas, atropellando
aquí, descalal>I·ando allá, barriendo todo lo
que encontraba al paso
y
disparando
y
es–
grimiendo sus armas con rapidez asombrosa.
La banda se detuvo bru. camente delan–
te del cabildo. Uno de los qne parecía el je–
fe
comenzó a clar órdenes imperativamente.
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