ENRIQUE LOP'EZ l\LBUJ.l\R
sacudió sus nervios y lo hizo saltar también
sobre su caballo
y
huir, murmurando:
-Estos perros chupanes son capaces de
haberse concertado con el diablo por no pa–
garnos la deuda. ¡Pero ya volveré, ya vol-
,,
vere....
Una risotada respondió a la amenazado–
ra frase del
Chuqui.
-¡Bájese, don Ramón, que ya no pue–
do más!-gimió, más que habló, una voz en
el centro de la plaza-. ¡Caramba! Pesa us–
ted rnás que un tercio de coca, así tan ch u–
padito como es.
-¡Silencio, mujer!, que todavía me pa–
rece que no se han largado esos canallas.
Cuspinique, ¿les ves todavía el pelo a esos
Jobos?
Y Cuspinique, que no era otro el fan–
tasma de la campanilla, saliendo del negro
armazón en que estaba metido, exclamó:
---¡Carache,
taita!
¡Qué susto me dió el
n1aldito cuando disparó! Ha zumbado la ba–
la por encima de mi cabeza. Si en vez de
apuntar al ombligo apunta a las rodillas es–
ta sei'ía la hora en que estaría yo con un
hueco más en la cara.
- Déjate de lamentaciones, Cuspini–
que. Te pregunto si se han marchado ya to–
dos esos marranos.
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