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canto de su tradición eminentemente nues–
t r a, eminentemente argentina.
No se han perdido aún las aristocráti–
cas retretas de la Plaza Belgrano, las ter–
tulias· sin etiqueta en las casas de familia,
las comparsas de niñas
y
de jóvenes dis–
tinguidos que en los días de carnaval in–
vaden la sala de la casa amiga para impro–
visar una
soirée
en donde la intriga culta
y
la frase galana hacen la delicia de la
alegre fiesta, ni se han extinguido tampo–
co las serenatas, los tradicionales "ga–
llos", en los que los dulces acordes de una
pequcfía orquesta de violines
y
guitarras
acompaña al cantor que, en la sugestión
de la noche tranquila, pone toda su alma
en el tri ste o la romanza que ofrece a la
dama de sus ensueños, al pié de la venta–
na.
Los argentinos que viajan a Europa, sin
conocer antes las regiones montañosas del
Norte de su patria, no tienen perdón de
Dios ni de nosotros mismos: son como el
niño que desdeña las caricias de la ma–
dre para ir
a
bllscar af ectos ezj;rafios en