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color y por tamaño; el resultado es ma–
temático y no se equivocan jamás, con la
particularidad de que alguna vez han sa–
cado así su cuenta, antes de que el papel
y el lápiz diera también el mismo resul–
tado.
Estos vestigios de la casi extinguida
civili zación incásica, demuestran la cultu–
ra, superior para aquella época, alcan–
zada por el Imperio de los Hijos del Sol.
Esa civilización de verdad, esa cultura
real de aquel pueblo que llamaron indí–
gena de la América del Sud, ha debido in–
fluir en forma benéfica en el carácter de
sus hijos y de las tribus que estos pudie–
ron someter durante su no muy larga exis–
tencia. Los naturales que pueblan las bre–
ñas de Jujuy, han conservado en la tra–
dición la grandeza de alma.
Por eso, cuando las guerras civiles y las
pasiones políticas del siglo pasado obli–
garon alguna vez a los hombres del inte–
rior a la emigración o a l secuestro volun–
tario, los perseguidos se guardaron bien