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BOCETOS HISTÓRICOS
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errante, que e el hambre, que es el pillaje, que es la lucha egois–
ta, que es sólo la ambición de lo precario, por la vida sedenta–
ria, que es la base de la vida civil, el germen del altruismo, la
aurora del ideal, la defensa del propio territorio, donde yacen
tumbas de antepasados, altares domésticos, retazos de suelo
regado con el sudor de las frentes, y laborados por esfuerzo
comunes, y donde se hace real y se corporifica el amor a la
patria. El pueblo que la elevó ha cambiado también la vida
pastoril, errante,, vagabunda, fugitiva, en el arrastre conti–
nuo al ganado y en la relación continua con la bestia, con la
vida agrícola, elevada y noble, que ha adivinado los secretos
de la naturaleza, y haciendo a la tierra madre generosa, obli–
ga, con la labor, a rendir el fruto con creces; que ha domina–
do los elementos, y a la tempestad la mira como un don que
el cielo le regala para fertilizar sus campos, bendice el calor
del sol que da la fecundidad, y los fenómenos del cielo, que an–
tes miraba como caprichos de la naturaleza embravecida, hoy
los aprecia en sus beneficios y su regularidad, hasta hacerlos
la base de sus teogonías.
Una fortaleza es así un aviso que los hombres del pasado
nos dan, para enseñarnos que allí empezó la civilización; por–
que allí empezó la defensa de los beneficios comunes; allí em–
pezó, con ese edificio de piedra, la garantía del derecho social,
que puso la fuerza bajo la subordinación de la moral, y por
esa intuición misteriosa del hombre, persiguiendo el ideal,
realizó la síntesis de esos principios que parecen antitéticos
en la historia: el orden y la libertad.